Nómada de las tempestades, / estibador del caos ineludible, / del destrozamiento.
En el duelo vernáculo más famoso del cine mexicano, Jorge
“Bueno” Negrete increpa a Pedro “Malo” Infante, su facineroso talante, haciendo
referencia a su abuelo: “¡Uy que malo! Hay que comprarle su león.” Pedro Malo
entonces, ¿era malo por tradición o por herencia?, ¿por vocación o por
talento?, ¿por decisión? Al fin de cuentas el malo no eran tan malo y el bueno
tampoco tan bueno.
Estas filosóficas preguntas sobre la maldad humana, su
origen y destino, son abordadas con inteligencia y causticidad en el nuevo
libro del poeta Hans Giébe “Linaje de Caín” y aparecido en una nueva colección
(de la que aún no se sabe mucho) denominada “Aires del Festival Internacional
de Poesía Ignacio Rodríguez Galván” y auspiciada por la LXIV Legislatura del
Congreso del Estado de Hidalgo.
El libro, un poema de largo aliento plagado de matices
diversos, recorre desde el inicio de los tiempos, según la tradición
judeo-cristiana, la maldad en el mundo. La inquina fundada cuando el primogénito
del primogénito de todos los tiempos alza la mano contra el benjamín
primigenio. Caín inaugura la venganza en el mundo y también el exilio; celoso
de su hermano lo asesina y después huye.
Caín se pierde en oasis refulgentes / con su pequeña rémora
/ diestra en lo maligno.
Con una habilidad envidiable, Giébe traza un poema profundo
y melancólico, que recorre sin pausa, pero sin apresuramiento, los recovecos de
lo malo, encontrándose no sin sorpresa que ellos se encuentran en lo más
recóndito de nosotros mismos. Sin que le tiemble la mano, el poeta escribe: (…)
el linaje de Caín es ventisca asoladora; nos impulsa y nos azora, dilata
nuestras pupilas y nos provoca empuñar un arma de aire hasta hacernos daño.
Pero el odio no puede estar presente sin el amor o su ausencia.
“Dime, madre, si de niño / el charco transparente contenía
mi rostro. / Dime, si el labio seco de las aves se fundía / en la hoguera de
otro labio. / ¡respóndeme! / si el sello de maldad es indeleble / en el corazón
de cada uno de nosotros”
Con destreza Hans Giébe va entrelazando la luz con la
oscuridad, dejando ver que en el feroz rencor del condenado la añoranza y el
deseo de dejar de deambular por el mundo aparecen como fulgores de esa maldad
que todos destilamos; esa, la humana, la que por difícil que sea de creer, a
pesar de todo, está cargada de bondad, de benevolencia.
Y de pronto… / la sangre vagaba insomne en las paredes.
Pero el poeta no se queda a pastar en las lindes del
personaje aludido. No. Va más allá y deja caer el puño sobre la mesa para
señalar el abuso de los poderos; el odio, la persecución, las guerras, el
genocidio. Su crítica es puntual y coloca al acusado frente a nosotros,
poniendo un espejo delante de todo aquel que quiera mirar. La maldad somos
nosotros, está intrínseca en nuestra naturaleza; “no hay una bueno”. El linaje
maldito lo tenemos todos, la heredad de la malicia nos persigue y traza una
línea de sangre a través de nosotros… para perpetuarse.
Veneros en una realidad que no caduca, / cañadas que
rústicos lamentos nos segregan / en genocidios maquillados / más allá de los vestigios
citadinos. / Expertos son en el cultivo de cadáveres.
Con este libro Hans Giébe se devela como uno de los mejores
poetas hidalguenses. Nacido en Pachuca, ha sabido cultivar la universalidad
necesaria que todo escritor necesita para alcanzar una voz propia, pero sobre
todo, en cada verso salta a la vista su amplio bagaje enciclopédico, tan falto
en estos tiempos en que cualquier, con dos versitos descoloridos se autonombra
poeta en las redes sociales. Si alguien quiere encontrar una propuesta poética
honesta y bien sostenida en la más antigua de las tradiciones, debe asomarse a
las páginas de “Linaje de Caín”. Al cabo que no hay maldad más austera que la
de los poetas.
Es cierto, el Caído se va al infierno, / pero con lira en
mano / con la intención de estragar nuestras dolencias / y los clamores de los
condenados.
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