martes, 31 de marzo de 2020
viernes, 27 de marzo de 2020
Callar, esa ignominia
La literatura nos ayuda a entender la realidad. Nos da un
ojo que gobierne el huracán de la barbarie. Es la estrella del norte que
ilumina el oscuro sendero de lo incomprensible, de lo absurdo. En semanas
anteriores, ante las noticias sanguinarias de feminicidios y los debates por
las marchas de mujeres, recordé uno de los poemarios que más me ha impactado en
los últimos años, obra de un escritor tlaxcalteca con profundas raíces
hidalguenses.
Los versos han bajado a la tierra,
llegan con asombro,
son claros como el costado de mi esperma.
Cohutec Vargas Genis, habría abordado en el 2017 al amor
como arma de odio, como punzada y filo, —rastrojo de la muerte, en su libro “El
silencio se dice en blasfemia”. Se trata de una colección de 21 poemas
divididos en cuatro secciones, las cuales discurren por una gama dulcísona de
matices que embriagan al más ajeno de los lectores. Poemas bien logrados que
vuelven tangibles las primigenias pasiones de los seres humanos.
Entraste en mi sueño el día de la
blasfemia,
te deposité en el preámbulo del invierno,
(…)
La principal tarea social de los escritores radica en
convertir a la literatura en una instantánea del tiempo que nos ha tocado
vivir, dándole voz a quienes no la tienen, a aquellos que se les ha negado la
posibilidad de usarla o que les ha sido arrebatada junto con la vida. Porque
callar es un reniego, Cohutec toma ese cometido y lo enarbola como un
privilegio prestando sus versos para que aquellas mujeres que han sufrido o
sufren violencia, incluyendo en este catálogo de infamias la más extrema de las
misoginias, el feminicidio.
Camina entre las víctima que se
llevaron la tristeza,
llega a mi lado clandestina,
coloca en manos piedras
de interrogación
(…)
Vargas Genis logra explorar el tema sin caer en los lugares
comunes, prestando la belleza de sus versos para destacar lo más horrendo de la
naturaleza humana, la fatídica angustia de las víctimas y la sinuosa aflicción
a la que son condenadas las familias de las asesinadas. Particularmente el
texto “Poema para Alexis”, construido a partir y con extractos de la noticia de
un feminicidio, proyecta una fuerza que nos coge desde la primera línea
llevándonos por un descarnado relato, atroz y vil, en que el “amor” mal
entendido amordaza el futuro, lo desmiembra y lo encarna en el cuerpo sin vida
de una chica asesinada a manos de su novio; alcanza un tono oscuro y torvo,
convirtiéndolo en uno de los mejores poemas del autor.
Dejamos nuestras almas rondando las
lámparas,
entró el viento con un evo que regresa,
tu sonrisa era esa
estrella que se apaga.
Este poemario nos lleva también a otros lares, a valles
donde lo místico y lo pagano cruzan sus aminos para elevar poemas de un
virtuosismo multicolor, en los que el poeta habita como dentro del templo lleno
de luz, adorando a ese dios que nos creamos todos aquellos que alguna vez hemos
experimentado el balsámico enamoramiento: la mujer.
La luciérnaga enciende metáforas,
lleva en su vientre un ala prisionera,
recuerdo que transita por mi espalda,
escalofrío que revela mi muerte en un secreto.
En estas páginas somos testigos de la evolución, lenta pero
precisa, de la poética de Cohutec Vargas. La materia prima con que ha urdido
estos poemas es el dolor puro, incluso ese que persiste agazapado en la
trastienda de la felicidad; transformando la más pestilente de las realidades
en un fino elixir para la memoria.
Estos son los últimos vestigios
de
dolor que me quedaron,
sin destinatario, ni epístola,
ruinas que gotean
a
la orilla de estos tiempos,
(…)
En estos tiempos de aislamiento voluntario “El silencio se
dice en blasfemia” de Cohutec Vargas Genis, es una lectura obligada para
mantener los pies en la realidad y tender un puente de miras a otras pandemias
que han azotado a nuestra sociedad mucho antes que el coronavirus como lo han
sido los feminicidios. Una lectura obligada para nuestro tiempo.
viernes, 20 de marzo de 2020
Un milagro que vale la pena
¿Qué de nosotros sería, si no escribiéramos de amor? Porque
después de todo se escribe de aquello que lo mantiene a uno vivo, en vilo, al
filo de un abismo que todos, de una u otra manera, nos ocupamos en evitar: el
olvido. Nada de lo que ocurre en nuestro mundo, interno o externo, es ajeno al
amor, incluso aquello que nos lastima está íntimamente relacionado con el
antagonismo del amor que no es el odio, sino el miedo.
El poeta colombiano, antioqueño para ser exactos, Edilson
Villa M. conoce bien las pócimas que de la combinación del amor y la poesía
resultan, pero sobre todo, conoce los efectos, las transformaciones que en
nuestro interior provocan y el ineludible destino de aquellos, que usándolas,
se aman con desquicio.
A ti te canto, oh mujer océano,
telúrica y etérea; / a ti, bendita sacerdotisa de la noche (…)
En su más reciente poemario “El haikú de la escalera”,
editado en México por la editorial hidalguense Cipselas, Edilson enfila sus
baterías líricas a la mujer como objeto preciado y depositario de su amor. La
pasión, el desenfreno, pero también la fraternidad, el cariño son las
estrategias con que los poemas de este libro se van urdiendo, dejando en cada
página mapas en los que las grafías señalan los lugares donde los amantes se
encuentran, se han encontrado o se encontrarán.
Una mujer me espera / en la estación.
/ Peldaño a peldaño / un tren avanza / a través de la escalera.
No es un libro de haikús, pero el espíritu de este breve
arte poético japonés empapa cada poema en una suerte de encabalgamiento que va
desde un breve poema de tres versos, dejándose caer, con tiento y destreza, por
el devenir de textos que van aumentando su aliento e imprimen en el lector un
deleite al ser testigos de la pasión del que el poeta va dejando cuenta (por
una mujer, imaginaria tal vez, qué importa cuando lo vivido ha ocurrido, al
menos, al momento de escribirlo).
(…) que nos cruzaremos muchas veces
/ y nos entregamos todo el amor / y el dolor apenas necesario / para no
alejarnos demasiado.
Pero todo amor conlleva una espera, una zozobra; el
desaliento de un momento que no llega, que se vuelve esa utopía que Eduardo
Galeano señaló como el motor de nuestras búsquedas. Es ahí, en esa herencia
latinoamericana de plasmar la realidad cotidiana, donde Edilson Villa M. desata
sus más íntimos anhelos para dejarnos una colección de poemas fresca y
revitalizante que ondea las principales características que logran que un libro
sea un espejo: la sencillez y la profundidad.
Ríos que, en fin, se confunden / y
seguimos siendo uno,
La reflexión que siempre se agradece en un buen poema, en
este autor es un rasgo natural; filosofo de formación, carga sus textos con
señales que dejan un rastro tan oculto como evidente del tiempo que le ha
tocado vivir, visto desde el tragaluz del amor de pareja, del amor prometido,
del amor consumado y consumido.
Que cuando seas yo, / cuando te
enamores e alguien como tú, / conocerás la noche.
Una cierto que una editorial independiente como Cipeselas se
empeñe en traernos, en ediciones en papel, la poética latinoamericana reciente;
un acto milagroso que nos recuerda que el amor es también ese puente que nos
conecta y nos separa, esa certeza de saberse acompañado aun cuando se está
solo.
Paso cebra
“El haikú de la escalera” de Edilsón Villa M., estaba
programado para ser presentado mañana sábado en la Biblioteca Ricardo Garibay,
como parte de las celebraciones del 21 de marzo, Día de la Poesía. Sin embargo,
por acertadas medidas de prevención, las actividades en todas las bibliotecas
de Hidalgo, han sido suspendidas. De cualquier manera y con el ánimo de
mantener la poesía viva como recurso infalible para la angustia (y la compañía
para muchos durante el aislamiento), la editorial Cipselas realizará una presentación que se transmitirá
a través de su página de Facebook (cipselased) el mismo sábado 21 de marzo a
las 17 horas desde el café Puerta Niebla. Nos vemos en línea para acompañarlos.
jueves, 19 de marzo de 2020
Lo íntimo de nuestros demonios y ángeles
Por Cohutec Vargas Genis
Reseña para la exposición pictórica.
Bermellones Dantescos
De Omar Rangel Merino
“La gente de nuestro tiempo no se ha visto nunca realmente
retratada y, por tanto, carece de un sentido visual de sí misma. Hoy, el
retrato es siempre directa o indirectamente fotográfico, pero la imagen del ser
más profundo del hombre ha dejado de existir.”
Odd Nerdrum
En la evolución humana, la
imagen del rostro en la conciencia del hombre lo alejó de su carácter de
bestia, para transformarlo en la posibilidad de un ser que conoce a partir de
sí mismo, el universo, al otro y la construcción de divinidad que cada quien
acepta para remanso en los tiempos
lúgubres de su existencia.
Nada existe en él,
que le permita el reconocimiento de sí mismo, que el reflejo de su
expresión en lo que conocemos como
conciencia, ahí, en ese instante, el ser
humano inicia el camino más difícil... el del autoconocimiento, labor que pocos
hombres terminan en vida.
Dice Jung, “Un hombre
que no ha pasado a través del infierno de sus pasiones no las ha superado
nunca” la pasión aquí descrita, no es otra cosa que el reconocimiento de la
ambivalencia que escribimos a diario entre lo que queremos y lo que en verdad
somos, dentro y fuera de nuestra vida.
Así, el rostro, es la llave que poseemos para dibujar en la
mirada del otro, lo que queremos que piense, escondiendo o
revelando, a voluntad, nuestros demonios o nuestros ángeles que cotidianamente
se enfrentan en los infiernos que nos gobiernan.
La verdadera revelación de ésta obra, no está en los colores
agobiantes y densos, ni en los trazos que en ocasiones desgarran y en otras
delinean, ni en la textura que este joven pretende (a su corta edad) mostrar
violenta y estremecedoramente; por si fuera
poco todos estos atributos, Omar Rangel, rompe con la generación de lo
liso, lo fotogénico, lo limpio, lo plano, lo bonito, para traernos a la
realidad llena de escaras, escamas, cicatrices, charcos de lágrimas y sangre, y
utiliza para ello, el primer reflejo que se requiere para encontrar la
identidad que en estos tiempos de desarraigo ya ni siquiera se busca.
Dialogo con él y le
preguntó si conoce a los artistas de su región, apenas y los ubica, sin
embargo, logra lo que todos hemos buscado en años de trabajo: el reconocimiento
de la identidad en estos días de extravío digital y estupidez tecnológica, el
encuentro con nuestra esencia simplemente humana.
Veo en su obra la búsqueda del rostro que lo defina, pero al
hacerlo nos reta a definirnos o redefinirnos y ese ejercicio es el valor más
grande que nos comparte.
Entre demonios, ángeles, ilusiones, retratos, expresiones,
mitos y andróginos bucles, su obra se transforma en un laberinto de
posibilidades donde cada quien elegirá su salida o entrada más engañosa o más
asertiva.
Me revela sus influencias, Goya, Ressendi, Adolphe, pero el
artista aquí encuentra una renovación
subterránea, la de aquel pintor que retaría al arte moderno diciendo
-Soy un mendigo en el mundo de los otros- Odd Nerdrum.
Así el joven artista nos muestra este primer experimento que
tiene extremos, donde se busca y nos encuentra, donde dibuja y se retrata,
donde nos muestra quien no está frente a su obra, sino quien se encuentra en
ella.
Los miedos predominan en el trazo y el color, la
incertidumbre está en todas las miradas, los labios suplican y la tranquilidad
está ausente, y ahí quizá está la búsqueda mayor, la que hemos perdido en estos
tiempos de sangre, hierro y un cúmulo de “me gusta” que son el retrato de la violencia que todos
vemos fuera y nadie actúa para cambiarla.
Auguro para Omar Rangel Merino, artista de tierras Atlixcas,
un prometedor futuro en el agónico mundo del arte social y útil en la
construcción de la comunidad.
Pachuca, Hidalgo, marzo 2020.
PD. La obra se encuentra en la casa de los Aguilar, Una bella
casona en el centro histórico de Atlixco Puebla.
¡Visítenla!