Mi abuela paterna, una mujer de origen tarahumara, escondía
un montón de secretos e historias detrás del silencio con el que observaba a
sus nietos; una parvada de escuincles consentidos y ruidosos que de vez en
cuando se detenían a charlar con ella, bueno, al menos yo. Me fascinaban esas
charlas con María, pues en ellas me compartía divertidas historias que incluían
a un mozalbete engreído y vivaracho que era mi padre ––era una manera
diferente de acercarme a él–. Pero también, era una oportunidad de conocer
a esa mujer encorvada por el cáncer de estómago que padecía y con toda la
ternura del mundo agazapada en sus arrugas, quien además de hacerme el cuidador
generacional de la mitología familiar, me sorprendía constantemente con
palabras domingueras. La que más recuerdo es Antiparras; se ha quedado
arraigada en mi memoria tal vez porque de todo el muchacherío estridente que
invadía su casa los fines de semana, yo era el único que usaba anteojos.
Con esta bizarra palabra (entiéndase “bizarra” en el sentido
correcto de la palabra, “generosa, lucida, esplendida” y no con el equivocado
significado de “extraño”) Daniel Olivares Viniegra ha urdido (otra palabra
aprendida de mi abuela) un divertimento poético que invita a pasar un buen rato
hasta al lector más ingenuo. “Antiparras, antipoemas para lectores si
prejuicios” es, sí, un homenaje velado a Nicanor Parra, el antopoeta por
excelencia, pero también hace un homenaje a la palabra y sus posibilidades, a
sus significados y las historias que “nuestros” significados de ellas esconden.
Es un homenaje a la inteligencia y el buen humor, rasgos tan poco habituales
hoy en día, por ejemplo, en las redes sociales.
Soy antipoeta:
lanzo la mano;
escondo la piedra.
Daniel es uno de nuestros poetas más interesantes. Nacido en
Hidalgo al inicio de la década de los sesenta, ha esgrimido una obra cargada de
rebeldía y compromiso social, que se ve cimentada en ese disfrute que sólo da
un profundo amor por el idioma. “Antoparras…” es probablemente la mejor oportunidad
para encontrarnos con ese poeta apasionado por las formas de hablar, la suya y
la de los otros, por los dichos, los dobles sentidos, por las grafías con que
nos describimos y describimos el mundo en el que somos nostalgias y picardías,
pero también, un atisbo de eternidad.
Algo así como el alma de las cosas.
Suspiro sonoro que
en ocasiones
punza y canta
casi tanto como los adioses.
Los cuarenta y ocho poemas que componen el volumen,
diseminados en tres apartados, son una suerte de pócima hilarante contra lo
cotidiano, contra el aburrimiento de una época dominada por el puntapié
melódico de los móviles, el tica-tac silente de los relojes digitales y obsceno
tañido de las cajas registradoras.
La realidad no es real; es plebeya.
Olivares Viniegra es heredero de una estirpe casi extinta en
la literatura mexicana, esa que tiene en su árbol genealógico a Jorge
Ibargüengoitia, Julio Torri, y Efraín Huerta (a quien por cierto hay un par de
guiños poéticos en estas páginas), la de aquellos escritores que usaban su
literatura para hacernos reflexionar en el medio de una sonrisa (carcajada)
esbozada a la mitad de la lectura, de enfrentarnos a un página-espejo donde nos
veíamos reflejados tal cual somos los mexicanos.
Todos ponen.
Sin palabra/poesía
a ninguna parte…
Por
amor: siempre.
Nunca sin humor.
Pero, además, Olivares Viniegra propone usar la página como
un lienzo donde la distribución del poema es, verbigracia, un significado
paralelo. Esto sin contar que el poeta hace uso de caligramas para mostrarnos
que las letras y lo signos ocultan mucho más de lo que callan cuando son parte
de una palabra. Este recurso, el de los caligramas, ha caído inexplicablemente
en el desuso y ahora recuerdo haberlo visto, también con excelentes resultados,
en otra poeta hidalguense: Alejandra Craules Bretón.
Se me ha caído ya mi última hoja de Parra.
En fin, que las “Antiparras…” es un poemario peculiarmente
atrevido y de extraordinaria manufactura literaria, lo que lo hace sumamente disfrutable;
un destello de humor en la literatura hidalguense del siglo XXI en el que
usted, estimado lector, debería sumergirse son miramientos.
Me
dijo:
–No
Estés
Poem(a)mando…
Muy agradecido por tu amabilísimo comentario, estimado Abraham.
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