El 23 de febrero de 2010,
Paul Auster escribió una carta a J.M. Coetzee donde discernía sobre la utilidad
de lo bello. De la larga charla epistolar de aquel día viene a mi mente una
idea esgrimida por el neoyorkino: “(…) la búsqueda de la belleza, que es
fundamentalmente inútil, puesto que no sirve para fines prácticos.” El arte –eso
que nos asombra al mirar un cuadro, lo que nos sacude frente a una puesta
teatral, cada aliento que nos es robado durante la lectura de un libro, el
sobresalto en el medio de la pieza musical–, tiene alguna utilidad, más que
eso, “debe” tener alguna otra misión más allá de conmover. Vaya cuestionamiento
con vocación de moebius.
Arturo Trejo Villafuerte
busca la belleza, y sabe de su utilidad y su inutilidad. En sus dos más
recientes títulos (aparecidos en la colección “Folletín Dorado Antología Poética”
de la editorial Cofradía de Coyotes): “Dieciocho inútiles poemas de amor para
ti, para ella o para nadie” y “Diecinueve útiles poemas de luz y sombra”, esta
conciencia escarbar con la pluma en el páramo yermo de la página en blanco rara
vez nos permite acceder al tesoro de la belleza, en este caso, literaria.
Los “Dieciocho” son el
resultado inmarcesible pero infructuoso del amor. Asiéndose del azadón del
surrealismo con un dejo de clasicismo griego, Trejo Villafuerte horada en el
dolor del amor imposible, inexistente, para convertir esa pesquisa vacua en una
celebración, en la persecución literaria de un ser que probablemente sólo
existe en el deseo.
Te
tengo y no te tengo,
eres mía y no lo eres,
gravitas en el mar de tu
existir
y formas estrellas nebulosas que nunca alcanzo.
Con un lenguaje sencillo
pero contundente, Arturo viste del explorador que anhela descubrir en una mujer
el continente prometido para sembrar sus versos doloridos en sus playas, los
cuales, tarde que temprano serán arrasados por la mar del olvido y entonces
sólo quede él mismo.
Ay,
quiero perderme y encontrarme entre tu cuerpo.
Que cada poro tuyo y mío lleve
nuestros nombres enlazados.
El anverso de esta moneda
en que vemos nítidamente la efigie del autor son los “Diecinueve”. En esta cara
también se muestra Villafuerte con textos pulcros y en los que destaca la
simple, pero magnánima, vocación de hilvanar las palabras precisas para esbozar
la pasión.
Con los mismos utensilios
literarios de los “Dieciocho”, el surrealismo y la mitología griega, el autor
arranca una relatoría donde su cosmogonía del deseo se enaltece hasta sacudir
al lector más despistado. Nos asalta en cada página con la belleza “inútil” de
lo que no puede dejar de ser descrito so pena de estar cometiendo un crimen de
lesa humanidad.
Hace
unas horas sobre mi cuerpo, brilló la belleza,
la Luz Ele-mental de unos ojos
que eran auténticos luceros.
Estos poemas transcurren
como el recuento de una batalla, la más hermosa, la más encarnizada, esa donde
obtener la victoria del amor es apenas la antesala de una derrota que más
pronto que tarde nos avasallará, dejándonos hechos trisas por dentro… y por
fuera.
Caí
redondo en la fuente de ternura de tu boca:
te poseí y fui poseído.
Pero
sabía con toda certeza
que yo era el prisionero,
el débil, el desvalido.
Arturo es uno de nuestras
glorias literarias. Su búsqueda de los (in)útil lo ha llevado por el cuento, la
poesía, el ensayo y la crítica literaria, y se ha consolidado como un autor
imprescindible para conocer la literatura hidalguense y mexicana en general de
finales del siglo pasado y principios de este. De él, cualquier libro es un
buen inicio para conocerle como autor y como paisano. Este par plaquetas es la
ventana más oportuna para leerle y convertirse en devoto voyeur de su “inútil”
búsqueda literaria.
Paso
cebra
Recién concluyo esta
columna me entero de la designación de los nuevos premios Nobel de Literatura:
la escritora polaca Olga Tokarczuk (correspondiente al 2018) y el austriaco
Peter Handke (correspondiente al 2019). La próxima semana haré un retrato
hablado de ellos.
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