El tres de octubre de
1993, 160 soldados estadounidenses iniciaron en Mogadishu un misión “común y corriente” para
capturar al líder Somalí Mohamed Farrah Aidid, lo cual, aunque tenía sus
riesgos, no les tomaría más de 35 minutos. La intervención se complicó de tal
manera, justo después de que dos de sus helicópteros Black Hawk fuera derribados,
que el resultado fue desastroso: 19 soldados norteamericanos y se calcula que
mil somalíes muertos, y otro tanto de heridos, tras una batalla que duró hasta
la mañana siguiente sin que hubieran podido capturar a Aidid, al que terminaron
por asesinar al año siguiente, presumiblemente, la mismas fuerzas de los
Estados Unidos. Este fue el descalabro militar más grande de la presidencia de
Bill Clinton, aunque el costo político fue minimizado por los líos de faldas a
los que el presidente era asduo.
Este suceso vino a mi
mente al ver lo ocurrido ayer en Culiacán: Las fuerzas armadas mexicanas, en un
operativo para capturar a Ovidio Guzmán (hijo del Chapo), sobre el que pesa una
orden de aprensión con fines de extradición solicitada por los gringos. Al
parecer la idea inicial era entrar al domicilio donde ya lo habían ubicado,
capturarlo, no sin encontrar cierta resistencia de los guardias personales del
narco, treparlo a la camioneta y sacarlo directo a un lugar donde pudieran
subirlo a un avión que lo llevara a la ciudad de México. ¡Pan comido! Sin
embargo, aunque el plan era sencillo y parecía infalible, se les salió de las
manos. No sólo encontraron resistencia del grupo que acompañaba Ovidio, sino
que la noticia de la captura o intento de captura corrió como pólvora (que
adecuada metáfora) y movilizó a un número importante de comandos armados
poderosamente que recorriendo las calles de la capital de Sinaloa y desataron escaramuzas
por toda la ciudad. Eran como las tres y media de la tarde; los últimos balazos
se escucharon pasadas las nueve de la noche y todavía, doce horas después del
inicio del enfrentamiento se veían camionetas colmadas de sicarios armados
recorriendo las calles ya aparentemente apacibles.
El suceso desata muchas
interrogantes. ¿De verdad quien planeo la misión no esperaba la rijosa
respuesta del grupo criminal al ver que intentan agarrar a su jefe? ¿La manera
desesperada en que Pablo Escobar, en su momento, reaccionó ante la posibilidad
de ser capturado y extraditado no es claro ejemplo para aprender comoenfrentar
un intento de captura como el de Ovidio? ¿Agarraron o no al hijo del Chapo? Al
parecer por lo menos le pusieron las manos encima, pero no lograron sacarlo de
la casa. ¿Por qué? Algunas versiones apuntan que durante un largo rato los
soldados intentaron salir con el prisionero y al ver que las balaceras se los
impedían optaron primero, por vestirlo de militar para sacarlo de “incognito”
(lo cual de ser cierto es un deshonra para el uniforme) y terminaron por
recibir la instrucción, aún no se sabe precisamente de quién, para mejor
sacudirle el polvo, acomodarle la camisa jaloneada, pedirle una disculpa y
decirle que ya se podía ir.
La falta de certeza en lo
ocurrido en la guarida de Ovidio y el vacío informativo de las primeras horas
vieron completada su vergüenza tras la declaración presidencial de la mañana
siguiente: “Se decidió proteger la vida de las personas y yo estuve de acuerdo.
No se trata esto de masacres. No vale más la captura de un delincuente que la
vida de las personas.” Lo que se soslaya, estalla.
¿Aplicar la ley esta
incorrecto? ¿Acaso las fuerzas armadas no entrenan precisamente para enfrentar
situaciones como la de ayer tratando de salir victoriosos a toda cosa? Es su
trabajo. Entiendo y comparto el espíritu de no pagar el mal con el mal, de no
apagar el fuego con fuego, pero el Gobierno no está “iniciado el fuego” (como
cantara Billy Joel) cuando aplica la ley y se vale de la fuerza pública y
militar para lograrlo. Sí comete un grave error al echar atrás al momento de
capturar a un delincuente de la talla de Ovidio, de quien por cierto el solo
hecho de tratar de aprenderlo confirma su influencia dentro del Cártel de
Sinaloa; nos queda claro, él es el jefe. Haber fracasado en la incursión
militar de Culiacán no arroja un resultado sangriento como fue Somalia para los
gringos, pero se convierte en un berenjenal político que preocupa y molesta
porque la debilidad y la omisión son defectos peores, si cabe la expresión, que
la de ser inepto o corrupto.
¿Acaso ser omiso, una
variante de la ineptitud, no es también una manera de ser corrupto? Yo creo que
sí.
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