Sólo falta colgar un letrero así en la puerta principal de Palacio Nacional. Y es que el actuar, errático y triunfalista (como se ambos adjetivos pudieran convivir en la misma descripción), parece albergar el torvo objetivo de lapidar todas aquellas instituciones que algo de humanidad aportan al ejercicio del poder.
Esta semana le tocó el turno a la radio pública. De buenas a primeras en Instituto Mexicano de la Radio se vio amenazado con un “despiste” presupuestal que lanzaría a la ignominia a un par de cientos de colaboradores cuya labor sostiene la esencia del IMER.
Como un clown, torpe y monstruoso, el gobierno federal salió a declarar en un tono triunfalista que se habían hecho los ajustes necesarios para que la institución radiofónica contara con 9.3 mdp de pesos para sostener sus actividades habituales de comunicación pública sin prescindir de los colaboradores que hasta hoy ejercen de manera profesional y entregada una de las actividades más hermosas del mundo: la radiodifusión.
Claro que este recuadro final de historieta bananera ocurrió sólo después de que el IMER y sus trabajadores lanzaran al océano de las redes sociales cientos de mensajes de auxilio a manera de despedidas. ¿Fue este alud de desesperación lo que hizo despertar el interés del gobierno federal en uno de sus medios públicos de comunicación más eficientes? ¿Acaso nadie se había percatado del amenaza presupuestal antes de la diseminación mediática del problema? ¿O tal vez se está utilizando la vieja táctica del villano, provocar el desastre para que, al resolverlo, se le considera el héroe?
No hay pecado en enmendar un error. Definitivamente no. Sin embargo, es una muestra más, por desgracia, muy clara, de que no hay proyecto en ninguno de los niveles ni en ninguno de los aspectos de la administración federal.
Por otro lado preocupa el origen del dinero para resolver el conflicto. ¿Están destapando un hoyo para tapar otro? Si es así, las ocurrencias con las que se está manejando la actividad de las instituciones federales puede convertirse en un caos financiero que ponga en peligro lo que al parecer es la verdadera prioridad el presidente: los programas sociales.
No deja de causar escozor que el embate sea sólo en los sectores deportivos, científicos y culturales; el IMER es uno de los ejercicios radiofónicos más interesantes y valiosos de toda América Latina, pues ha impulsado estaciones icónicas para una colectividad que aprecia expresiones musicales, artísticas y culturales que difícilmente se encuentran en el espectro comercial de las ondas hertzianas. Es aterrador pensar que alguien dentro de la administración federal pudiera haber considerado, aunque fuera por un instante, la desaparición de una institución como ésta.
Tan aterrador y desagradable como el espectáculo que está ofreciendo uno de estos mequetrefes artístillas metidos de diputados al dedicarse a cuestionar la calidad competitiva y el esfuerzo diario de nuestros atletas olímpicos, con el pretexto de “poner orden” y “transparentar” lo que se hace al interior de las federaciones deportivas. ¿Nos merecemos esta calidad de legisladores? Claro que no.
Otra vez, la acción de transformar no implica destruir. Si algo funciona mal al interior de las agrupaciones que controlan el deporte mexicano, que sin duda los hay, resolución no es atacar aquellos jóvenes candado oropeles deportivos a nuestra nación, sino señalar aquellos dirigentes opacos al frente de nuestros atletas.
Qué terrible que nuestro gobierno tenga espíritu de empresa de demoliciones, peor aún, saber que quienes la manejan se comportan como chivos en cristalería.
Esta semana le tocó el turno a la radio pública. De buenas a primeras en Instituto Mexicano de la Radio se vio amenazado con un “despiste” presupuestal que lanzaría a la ignominia a un par de cientos de colaboradores cuya labor sostiene la esencia del IMER.
Como un clown, torpe y monstruoso, el gobierno federal salió a declarar en un tono triunfalista que se habían hecho los ajustes necesarios para que la institución radiofónica contara con 9.3 mdp de pesos para sostener sus actividades habituales de comunicación pública sin prescindir de los colaboradores que hasta hoy ejercen de manera profesional y entregada una de las actividades más hermosas del mundo: la radiodifusión.
Claro que este recuadro final de historieta bananera ocurrió sólo después de que el IMER y sus trabajadores lanzaran al océano de las redes sociales cientos de mensajes de auxilio a manera de despedidas. ¿Fue este alud de desesperación lo que hizo despertar el interés del gobierno federal en uno de sus medios públicos de comunicación más eficientes? ¿Acaso nadie se había percatado del amenaza presupuestal antes de la diseminación mediática del problema? ¿O tal vez se está utilizando la vieja táctica del villano, provocar el desastre para que, al resolverlo, se le considera el héroe?
No hay pecado en enmendar un error. Definitivamente no. Sin embargo, es una muestra más, por desgracia, muy clara, de que no hay proyecto en ninguno de los niveles ni en ninguno de los aspectos de la administración federal.
Por otro lado preocupa el origen del dinero para resolver el conflicto. ¿Están destapando un hoyo para tapar otro? Si es así, las ocurrencias con las que se está manejando la actividad de las instituciones federales puede convertirse en un caos financiero que ponga en peligro lo que al parecer es la verdadera prioridad el presidente: los programas sociales.
No deja de causar escozor que el embate sea sólo en los sectores deportivos, científicos y culturales; el IMER es uno de los ejercicios radiofónicos más interesantes y valiosos de toda América Latina, pues ha impulsado estaciones icónicas para una colectividad que aprecia expresiones musicales, artísticas y culturales que difícilmente se encuentran en el espectro comercial de las ondas hertzianas. Es aterrador pensar que alguien dentro de la administración federal pudiera haber considerado, aunque fuera por un instante, la desaparición de una institución como ésta.
Tan aterrador y desagradable como el espectáculo que está ofreciendo uno de estos mequetrefes artístillas metidos de diputados al dedicarse a cuestionar la calidad competitiva y el esfuerzo diario de nuestros atletas olímpicos, con el pretexto de “poner orden” y “transparentar” lo que se hace al interior de las federaciones deportivas. ¿Nos merecemos esta calidad de legisladores? Claro que no.
Otra vez, la acción de transformar no implica destruir. Si algo funciona mal al interior de las agrupaciones que controlan el deporte mexicano, que sin duda los hay, resolución no es atacar aquellos jóvenes candado oropeles deportivos a nuestra nación, sino señalar aquellos dirigentes opacos al frente de nuestros atletas.
Qué terrible que nuestro gobierno tenga espíritu de empresa de demoliciones, peor aún, saber que quienes la manejan se comportan como chivos en cristalería.
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