Por accidente leí una
superflua e insulsa opinión sobre el debate que se ha cernido sobre el Fondo
Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) tras los cuestionamientos de la
comunidad cultural sobre sus nuevos esquemas de operación y, la sorpresiva y
lamentable salida de Mario Bellatín de su Dirección General.
La opinión en cuestión
–desdibujada por la mano de un escritorcete hidalguense que se ha refugiado en
las páginas digitales del Estado de México tras haber hastiado a la comunidad
local con sus envidias, timos y un talento ramplón–, miraba a los apoyos
gubernamentales al arte como la tierra prometida y negada, arguyendo que el
único talento de quienes la obtienen es saber “cómo” presentar proyectos y, que
a la postre ninguno, o en el mejor de los casos pocos, de los becarios dan
continuidad a sus proyectos artísticos.
Por fortuna no todas
las opiniones sobre el tema están asomadas desde la frustración de nunca haber
obtenido un apoyo, ni son tan obtusas para generalizar la producción de quienes
las obtienen. Muchos de los beneficiarios han comentado en redes sociales sus
experiencias como becarios y, en algunos casos, como posteriores asesores
demostrando que el ejercicio del becario resulta ser un experimento que, con
sus excepciones, permite un desarrollo interno que revitaliza el quehacer
creador.
El problema fundamental
radica en la manera en que se ven las “becas artísticas”: como un fin. Aquellos
que aspiran a obtener uno de esos poyos, y sobre todo aquellos que por más que
han intentado no la han obtenido, creen que la beca les construirá mágicamente
el prestigio y, peor aún, el talento. Ridícula idea. Las becas deben ser vistas
solamente como una oportunidad de dedicar más tiempo al desarrollo creativo,
gracias a que el dinero obtenido permite que uno deje alguno de los dos o tres
trabajos que todo artista tienen para poder sobrevivir paralelamente a la
elaboración de su obra. Pero también deben ser asumidas como el reto de medirse
con uno mismo, de enfrentar las propias carencias artísticas que no
necesariamente tienen que ver con el poco o mucho talento que se tenga, sino
sobre todo con los esquemas de trabajo, la disciplina, el empeño y el
compromiso de cada creador. Cuando las becas, como
los premios, son el fin del artista, se convierten precisamente en eso, en el
“fin” del artista.
Hace tres meses, la
llegada de Mario Bellatín a la dirección del Fondo, fue un aliento de esperanza
de que sus apoyos fueran distribuidos de manera más eficientes y que las reglas
para obtenerlo, así como el “uso” de los resultados fuera más eficaz. Acucioso
e incisivo como es, Bellatín hizo un análisis que ha planteado la posibilidad
de mejora interna, sin embargo su salida repentina hace tambalear la
oportunidad de que el FONCA deje de mirar con desdén a los creadores que
habitamos más allá de la Ciudad de México (más del 60% de sus apoyos se
concentran en la capital del país), entre algunas otras deficiencias que dejan
a un amplio sector de los creadores, sin posibilidad real de obtener una beca.
En los estados, la
implementación del PECDA (Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo
Artístico), ha resultado una grata experiencia para muchos de nosotros y,
particularmente en el estado de Hidalgo, una oportunidad constante y sonante
para consolidar la carrera de muchos creadores que han continuado bregando en
la sinuosa autopista del arte, en la mayoría de los casos, con estupendos
resultados.
Paso
cebra
Hoy es Día Mundial de
la Poesía. Felicidades a todos los poetas, pero sobre todo, albricias por la
poesía que no siempre concurre a las manos de quien trabaja la palabra, pero
cuando lo hace, su sortilegio dura para siempre.