Tengo una memoria del
carajo. No quiero robarle la frase a Juan Villoro, pero es cierto. He olvidado
cosas de mi propia vida que me gustaría recordar. Por ejemplo, las historias
que contábamos, mi madre, mi hermano y yo en la cocina, en las noches que
esperábamos que mi padre volviera del trabajo; a veces, según la visita del
día, se nos unía alguna prima, una vecina. Eran historias de miedo. Yo me sabía
muchas, eso es lo único que recuerdo, que eran muchas, recogidas de otras charlas
con los amigos. Las contábamos con euforia y ese escepticismo que claudica a la
menor provocación.
Pero el que no olvida es
Arturo Cruz. Reportero de oficio —de lucha libre, para acabarla de amolar—,
poeta en ciernes, radioasta del pancracio volcado a narrador de lo paranormal. El
origen de su pasión por lo oculto es la radio. Atraído desde muy joven por
programas radiofónicos como Los cuervos
de la luna de Iñaki Manero o Argonáutica
de Jordi Soler, guardó celosamente su deseo de narrar lo que da miedo, lo que
para algunos es indecible; lo que eriza la piel del más duro.
Arturo recuerda a maestros
que, durante su formación profesional, sembraron en su inconsciente el deseo de
redactar correctamente, el amor por el lenguaje, el rigor de quien usa la
palabra escrita como artilugio para comunicar; recuerda con especial afecto al
poeta Diego José y al musicólogo Benjamín Acosta.
Un buen día, Cruz decidió
que ya era momento de escribir sobre lo que hace años le apasionaba y dio el
paso (mucho más trascedente que el de Neil Armstrong sobre la superficie lunar)
de incursionar en la narrativa como valsa para atravesar el mar; aquel que nos
separa de los lectores y nos incita a la conquista de la emoción del otro.
Ese es el génesis
principal de Relatos de lo paranormal /
Vivencias y ficciones de experiencias sobrenaturales, libro que contiene
nueve relatos, ocho ficciones y una anécdota, que conservan el más primigenio
de los temores, a aquello que no conocemos y que por ello nos atemoriza.
El autor pasa de escribir
lo que ve, como buen reportero, a “procrear” literariamente lo que imagina; a
dar forma desde la nada a las historias que han ido forjándose en su mente,
aquellas que ha escuchado innumerables veces de los labios de su madre, por
ejemplo.
Arturo entonces
transforma la escritura en una forma de liberación, una manera holística de
abordar el mundo; lo paranormal siempre lo ha seguido desde la tierna infancia
y es el prisma con el que instintivamente mira el mundo. Anécdotas que forjaron
parte de su personalidad, de los gestos que hace cuando explica su pasión, que
habitan sin que lo sepamos en las interlineas de sus crónicas periodísticas.
Escribe desde el escepticismo
más ferviente, desde el compromiso recalcitrante de aquel cuya palabra es el
único oropel digno de presumir, digno para comprometerse; se entrega a la
narración de sus historias como lo hace en la descripción de los lances
suicidas que adornan la primara plana de la sección deportes.
Este reportero de lo
paranormal nos regala una secuencia creativa que le divierte y le conmueve. Se
atreve, abre puertas de un género poco explorado, casi en la nulidad, en
Hidalgo y le imprime su sello, como quien sabe que ha pisado una playa virgen
tras descender de una carabela. Explora dimisiones paralelas, la conciencia
acrecentada, se vuelve parte de lo inconmensurable, es una voz que clama en un
desierto ensordecido por el blackmetal noruego y las estridencias de La
Castañeada; su soundtrack.
Este libro es uno de los debuts más
revolucionarios de los últimos tiempos en nuestro estado y por ello, nadie debe
dejar de leerlo. En horabuena.
Paso
cebra
Hoy, mañana y pasado
mañana, una treintena de escritores —jóvenes y no tan jóvenes, 14 poetas, 14
narradores y dos ensayistas, 10 mujeres, el resto hombres— se reunirán en la
Biblioteca Central Ricardo Garibay a leer, opinar y charlar lo nuevo de su
creación. Esta maravillosa iniciativa, impulsada desde su origen hasta su
cristalización por el poeta y traductor Paul Olvera, es no solamente una
oportunidad que tenemos los literatos (más bien huraños y ansiosos por
permanecer aislados del mundo) de interrelacionarnos con nuestros colegas,
sino, además, de poner al fuego de la opinión colectiva los textos que estamos
fabricando ahora; compartir es exhibir nuestra dificultad por escribir
decentemente.
Es así como hoy viernes
entre las 15 y las 20 horas, mañana sábado entre las 14 y las 19 horas y el
domingo entre las 10 a 14 horas. ahí andaremos. Espero que puedan darse el
tiempo de acompañarnos y escucharnos.
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