¿Será posible un
mundo paralelo? ¿Habrá otro Yo que estará experimentando otra vida por haber
esperado un tren más al que tomamos nosotros esta mañana? ¿Le irá distinto al
otro Yo si hubiera elegido otro café y no este, para tomar el desayuno? ¿Una u
otra decisión nos aseguraría un mejor lugar en el mundo? ¿Seriamos otros si nos
desprendiéramos de nuestros recuerdos? ¿Podríamos entonces empezar una nueva
vida?
Estas parecen ser
las raíces de “La infancia de Jesús”, la más reciente novela del premio nobel
sudafricano J. M. Coetzee, quien además ostenta una pluma considerada entre las
mejores de la actualidad; uno de los mejores novelistas vivos en el mundo,
pues.
En esta novela,
Coetzee pone en entredicho el sentido de la vida, desata la crisis que
significa pensar que pudiera existir una historia paralela a la nuestra, sin
embargo, la sentencia es contundente; nuestra humanidad nos traerá siempre al
mismo sitio. La realidad nos apabulla y podríamos morir, si quisiéramos, en el
intento por cambiarla.
Navegan en la
historia perspectivas nuevas en la obra del sudafricano: filosofar sobre la
importancia y el sentido del trabajo, sobre la lucha que libramos todo el
tiempo por poner límites a nuestros deseos, el dilema moral (¿qué es bueno y
qué es malo?; más allá de eso, ¿2 más 2 pudieran ser cinco, o tres?), el
misterio que encierra la muerte, pero, sobre todo, la necesidad de pertenecer a
nuestros recuerdos, la importancia de tener recuerdos como único asidero para
enfrentar el porvenir: (…) la sensación
de habitar un cuerpo con un pasado, un cuerpo empapado en su pasado.
La historia
comienza cuando Simón y David, un hombre y un niño sin relación familiar alguna,
pero unidos por una casualidad, llegan a una nueva tierra llamada Novilla y se
enfrenta al doloroso y burocrático proceso de ser “reubicados”. El nuevo país
parece ser la panacea de la solidaridad; hay trabajo para todos, muchos
servicios no tienen costo, hay vivienda para todos, alimento; lo único
necesario para disfrutar de todo ello es ser paciente y no tener ganas de nada
mejor.
La crítica a la
sociedad actual se vuelve entonces acida; una sociedad acética donde sus
pobladores no solo son vegetarianos, sino que además carecen de todo indicio de
ambición, contra nuestra moderna sociedad bulliciosa y mundana donde “desear”
es al menos una forma de “tener”. Pero en aquel mundo ordenado y frugal, pronto
comienzan a presentarse las grietas por donde el cambio puede colarse, la pluma
del nobel lo esgrime de forma circular: El
cambio es como la marea. Se pueden construir diques, pero el agua siempre se
cuela por las grietas.
J. M. Coetzee
escribe como si pensara en voz alta., ahí radica su peculiar forma de narrar y
su habilidad para construir siempre historias sacudidoras. Pero en esta novela,
el autor radicado ahora en Australia, lleva nuestro desconcierto más allá,
ahora el título de la novela no tiene peso alguno en la historia, pero flota en
ella determinando la atención del lector de manera caprichosa. El niño de la
historia no se llama Jesús, su comportamiento dista mucho del de un Mesías y no
hace el mínimo intento de resucitar a un trabajador ahogado o un caballo
muerto, no sabría cómo hacerlo; sin embargo, de pronto surge un giro
abracadabrante, David escribe en el pizarrón de su escuela “Yo soy la verdad”.
El cuadro se completa con Inés, la madre elegida para David por la corazonada
de Simón, el señor Daga que tiene pinta de un Satanás en potencia y el mismo
Simón el tutor sacrificado y heroico en el que el pequeño descarga todas sus
frustraciones ante un mundo que no se amolda a sus deseos y que por el
contrario le exige a cada momento tomar la forma que se le exige. Nada parece
un evangelio y la vida anhelada no se alcanza nunca.
Porque la historia es un relato inventado, sin duda, esta es
la novela más desconcertante de J. M. Coetzee.
Antes de terminar
lo invito a compartir juntos más recomendaciones literarias, acompáñeme el
próximo sábado en punto de las 18:30 horas en el programa de radio “Bibliófono,
literatura para escuchar”, que se trasmite por Bella Airosa Radio, 98.1 de
frecuencia modulada. Hasta entonces.
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