Comencé a correr
hace seis meses, como regalo personal para mi propio cumpleaños. A partir de
entonces no solo he ido descubriendo las sorpresas que encierra esta actividad
deportiva, también he ido adentrándome en un mundo lleno de peculiaridades y
perfectamente bien organizado, incluso diría yo, identificado en exceso. Hoy en
día una gran mayoría de personas son runners,
yo prefiero llamarlos “corredores” aunque la hispanización del termino no
demerita en lo absoluto la actividad, por el contrario. Lo que por momentos
incomoda, para ser sinceros, es que
muchas de las personas que son corredores, se definen por correr, antes
que tomar el footing como una pieza
más del rompecabezas que seguramente es su personalidad. Otras personas, que
también son corredores, mantienen esta actividad precisamente así, como un
objeto dentro de la caja de Pandora que seguramente es su corazón. En estos
tiempos de redes sociales, cada una de la variantes de la especie es fácilmente
identificable y unos más que otros tenemos la facilidad de parecer odiosos.
Una de esos
corredores que viven apasionadamente el correr sin que esto apabulle su vida es
el escritor japonés Haruki Murakami, quien lo deja claro en su libro “De qué
hablo cuando hablo de correr”, publicado por Tusquets en 2007.
El libro es una
especie de diario de carrera, unas “memorias” como prefiere describirlas el autor,
sin embargo, se constituye como un ensayo sobre el correr… pero también sobre
el escribir novelas. Muarakami siempre afable e interesante, nos deja entrar en
un mundo desconocido para muchos de sus lectores (los cuales nos contamos por
miles en todo el mundo), donde el novelista viste tenis, pantaloncillos y
camiseta de tirantes y salé a recorrer al menos 10 kilómetros cada día. Los
lectores nos metemos pues, como ocurre cada que abrimos un libro del autor,
lentamente, como el agua que ya conoce el camino secreto en el tejado para
apoltronarse como una mancha en el cielo raso de una habitación; observamos
entonces las reflexiones de un hombre que comenzó a correr a los 33 años,
apenas 3 años después de haber publicado su primera novela, y como ha
convertido, a lo largo de casi 30 años, la carrera no solo como una actividad
para mantenerse en forma, sino como una metáfora de su actividad como contador
de historias, una metáfora de la propia vida.
En nueve
capítulos y un epílogo, Haruki Murakami enlista a partir de su propia
experiencia, las característica de todo buen corredor, el talento (sí, el
talento), la constancia (reflejada en el golpeteo constante de los pies sobre
el asfalto, como “el golpeteo de un herrero” lo describe el autor), y la
capacidad de concentración (tal como hacia Raymond Chandler, que se sentaba
todos los días al escritorio aunque no tuviera nada que escribir, sólo para
ejercitar la concentración). Todas ellas, características imprescindibles en un
novelista.
La carrera
cotidiana llevó al autor no solo a mejorar su salud y condición física, sino a
competir en al menos 26 maratones (al terminar de escribir este libro), y media
docena de triatlones, momentos estos últimos donde también se reflexiona sobre
nadar en el mar y montar en bicicleta.
“De qué hablo
cuando hablo de correr”, cuyo título por cierto Murakami tomo con permiso de su
admirado Raymond Carver (De qué hablamos cuando hablamos de amor), no es un
libro para corredores, ni siquiera para aspirantes a novelistas, es un libro
para aquellos que viven la vida con entrega y con pasión, los que
independientemente de la tarea que realicen, siente el pecho henchido al
terminar una tarea, tal vez, la de vivir.
¿Se corre para
vivir más? Murakami opina que no, ni siquiera para vivir mejor, sino solamente
para vivir. ¿Se escribe novelas porque se sea mejor persona? Murakami vuelve a
opinar que no, a lo sumo, se escriben también para vivir. Yo diría, correr y
escribir, para sentirse vivo.
El humor de este
afamado autor japonés también reluce a lo largo de todo el libro, opinando por
ejemplo que “a menudo, las cosas verdaderamente valiosa son aquellas que sólo
se consiguen mediante tareas y actividades de escasa utilidad. Tal vez sean
tareas y actividades vanas, pero jamás estúpidas.” Siendo por supuesto una
tarea vana aguantar el dolor y el cansancio sin claudicar en una carrera, pero
obteniendo a cambio algo sin duda valioso e íntimo: el triunfo sobre uno mismo.
Murakami remata deseando que un su epitafio se incluya la frase “Al menos
aguantó sin caminar hasta el final”.
Para compartir
más recomendaciones literarias acompáñeme el próximo domingo en punto de las
18:30 horas en el programa “Bibliófono, literatura para escuchar”, que se
trasmite por Bella Airosa Radio, 98.1 de frecuencia modulada. Aprovecho también
para desearle, estimado lector, los más sinceros parabienes en este año que
comienza, agradeciendo en todo lo que vale su lectura durante este, casi
extinto, 2015. Deseo de todo corazón que nos encontremos en estas páginas
durante 2016. Hasta entonces.