He comenzado a
pensar que nos gusta que nos engañen. Que en realidad, cuando metemos los ojos
a un libro estamos ansiosos de ser engañados, pero no timados, que es distinto.
La literatura de ficción es un contrato engañoso en que el autor se compromete
a convencernos de lo inexistente, aunque real; por nuestra parte los lectores
quedamos a tiro de piedra para que nos convenzan del engaño, nos comprometemos
a no movernos, a estar al alcance de cada página que vamos avanzando; cuando el
contrato se cumple, llega la felicidad. O algo parecido a ella.
“Cuentos de bajo presupuesto” de Rafael
Tiburcio García, fue editado en el último mes del año pasado por el Conejo
Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, por ser el texto ganador del
Premio Estatal de Cuento Ricardo Garibay 2014. Es el ejemplo perfecto del
contrato del engaño, de la felicidad adquirida en la lectura, del disfrute, de
la elocuencia del gozo.
El humor se nota
desde el título y la ironía dese la primera historia. Se trata de una colección
de nueve relatos que navegan entre el relato negro, la meta-ficción (como bien
apunta Omar Herbertt en la cuarta de forros), la historia de amor y la epopeya
post-apocalíptica. Su personajes, delineados con sencillez que no simpleza,
pueden no solo observarse a través de los relatos, sino olerse, escucharse,
sentirse; cada cuento discurre de principio a fin con un dejo de perfección,
como si cada historia no tuviera más remedio que ser contada por el autor, este
autor, ningún otro. En el conjunto se nos aparece una avistamiento de las
constelaciones discursivas que conviven en la mente del autor: el western, la
novela negra, los comics, la literatura fantástica.
Sus personajes,
provenientes de distintas épocas y extractos sociales, habitan o provienen
todos de una misma ciudad, Agnosia (una especie de alter ego de Pachuca), la
cual nos ofrece los mismos lugares que conocemos, los mismos alrededores
llamados igual, y las mismas razones para suponer que lo que ocurre dentro de
estas páginas, en realidad nos ocurre rededor. Todos aquellos que habitan
“Cuentos de bajo presupuesto” y todo lo que les ocurre, se cruzan con nosotros
en la calle baje el sol y el viento helado que acostumbran. Lo mismo teiboleras que hijas buenas, reporteros
seriales que estupros imposibles de comprobar, los mismo máquinas del tiempo
que la última coca-cola del desierto (o del mundo), lo mismo mascotas de ojos
vacuos que escaleras que llevan al porvenir (¿o será el pasado?); cada cuento
está trazado con detenimiento, sin falsas retóricas ni rebuscados intentos de
complejidad. Cada una de las historias contiene un universo propio, un estilo
narrativo determinado que no se repite a lo largo del volumen; como si fueran
una serie de cortometrajes que se van proyectando en la mente del lector; es
ese, el estilo “cinematográfico” con el que están barnizados los cuentos, sobre
todo el último que desde el título determina su personalidad, la de ser un
historia de Serie B.
Con este su
primer libro, Rafael Tiburcio García se posiciona como un narrador eficiente y
efectivo, el más imaginativo tal vez de los cuentistas hidalguenses. Es pulcro
y preciso en el uso del lenguaje y adereza sus historias con referencias
musicales, literarias y hasta automotrices; hace en ellas profundos análisis
sobre la vida, el tiempo, la ciudad como espacio compartido y misterioso, el
futuro como un páramo maleable e indeterminado pero posible siempre. Rafael ya
nos había coqueteado con poemas y cuentos incluidos en antologías, pero nunca
el descaro de su engaño nos había cautivado tanto como ahora.
Al concluir con
la última página de este “cuentiario” se antoja que llegue ya la secuela, pero
en el entendido que segundas partes nunca fueron buenas, lo que se desea es un
nuevo libro del autor. Hacemos votos para que pronto llegue.
Me sonrojo.
ResponderBorrarQue bueno que te haya gustado el libro.
Y, por supuesto, espero que los lectores lo disfruten.