Es de mañana.
La luz inunda mi casa cayendo desde el tragaluz del techo. Siento que estoy
escribiendo sobre la muerte de un amigo y no sobre la muerte de un escritor
famoso. Debe ser así. Gabriel García
Márquez era mi amigo, me acompañó en incontables
horas que ocupé en leer sus libros.
Es ahí, en esos momentos de intimidad
literaria donde todos aquellos que han demostrado su pesar en estos día
por la muerte del escritor colombiano, sembraron su amistad, tal vez no con el
Hombre, sí con la Voz
Literaria que nos fue susurrando al oído lo que ocurría
en Macondo, o la paciencia enfermiza del Coronel que esperaba una carta que aún
no se escribía; la voz que nos deletreó el realismo mágico
desde las páginas de su máximo
exponente. La muerte del Hombre nos acongoja, sin duda, porque además
era un hombre afable, siempre dispuesto para la charla, sencillo a pesar de los
laureles que le adornaban, invisibles, las sienes; brillante en sus opiniones,
preciso en sus letras. Sin embargo la Voz Literaria del Gabo siempre nos acompañará,
es ahí donde nuestra
tristeza encuentra alivio, el susurro del escritor nunca morirá.
Al escuchar la
noticia de su muerte recordé el día que le conocí.
Lo correcto sería decir, el día
que le vi, un instante, casi como si fuera uno de esos fantasmas que paseaban a
todas horas por la casa de los Buendía. Sucedió a finales del siglo
pasado, cuando fui a un antiguo edificio del centro de la ciudad de México
para escuchar una de sus conferencias. La sala donde hablaría
se encontraba llena mucho antes de la hora de inicio, por lo que aquellos que
no logramos entrar nos apostamos al rededor de varias pantallas de televisión
dispuestas en los pasillos y el patio interno del recinto, prestos a seguir con
atención lo que dentro del auditorio sucedería.
El reloj corría, se dio la hora citada y el Nobel no
aparecía, la espera duró muchos minutos más.
De pronto, sin previo aviso, de una puerta cualquiera salió Gabriel García
Márquez, sonriente, sereno, con paso
firme pero sin prisa cruzó el patio interior
del edificio; todos los que ahí nos encontrábamos nos quedamos
pasmados, nadie se movía, ni disparaba algunas de las muchas
cámaras fotográficas
que colgaban de nuestros cuellos, nadie movió un músculo para abordarlo y pedirle que
firmara algún libro, nadie parecía
hacer nada más que mirarle. Cuando los pasos de
Gabo alcanzaron el cenit del patio, una lluvia de aplausos espontáneos
le bañó, él no detuvo su
paso, sólo amplió su sonrisa y si acaso movió la cabeza en signo de agradecimiento. Aquella ocasión,
García Márquez leyó el primer capitulo
de lo que anunció como sus memorias,
un libro que a la postre se llamaría "Vivir para
contarla"; creo que era 1997 u 98.
Gabriel solía
decir que siempre se encontraba escribiendo un libro que no sabia cual era
hasta el momento de terminarlo. El primer libro que leí de él
fue "La hojarasca", su primera novela. Fue un placer empezar con él
por el principio, pues esa febrilidad que toda opera prima tiene me permitió conocer a un autor
apasionado con la literatura, un hombre que había decidido desde niño,
como yo, que de mayor quería ser escritor; fue
toda una inspiración en los más
tormentosos años de mi pubertad. Tal fue la
complicidad que establecí con su literatura
que, años después, cuando terminé de leer "El
amor en los tiempos del cólera", me constó trabajo
desprenderme de los personajes, les extrañé durante semanas, pasé docenas de noches mirando la última página
del libro esperando que frente a mis ojos apareciera una continuación
de la historia; esperando que Fermina Daza y Florentino Ariza sobrevivieran al
punto final y continuaran con su amor por siempre. Quién
diría que lo que sobreviviría
al punto final de la vida de Gabriel, sería toda su obra,
amplia, variopinta, precisa. Tan precisa que otro de sus libros, "Noticia
de un secuestro", me obsequió una experiencia maravillosa: ese libro lo he leído
en dos ocasiones distintas, la primera cuando apreció en 1997, y
recientemente en 2011 la segunda; en ambas ocasiones, a pesar de ser yo una
persona distinta, me mantuvo atrapado durante los cinco días
que ocupé en leerlo cada vez,
conmovido por lo que a los personajes les sucedía, emocionado
esperando un desenlace prometido pero lento en acontecer. Siempre había
pensado que un libro es único, como única
es la lectura que se hace de él, que esa lectura
es una experiencia irrepetible porque uno cambia, las circunstancias cambian,
todo cambia; pero con García Marquez no sucede
así, la primera lectura de uno de sus
libros es tan única como mágica
y cada vez que se repite, por mas distinto que sea uno o la circunstancia, la
experiencia conserva su esencia.
Ese parte de su
obra, sus "reportajes novelados" o sus "novelas reportaje",
son las que yo recomendaría a quien empieza a leer a Garcia Márquez:
"Historia de un naufrago", "La aventura de Miguel Litín
clandestino en Chile" y la misma "Noticia..."; son de una
narrativa ligera y cautivadora, al más puro estilo de
los legendarios novelistas rusos. No soslayo sus libros de cuentos, "La
triste e increíble historia de la cantidad Erendira y
su abuela desalmada" o "Peregrinos: doce cuentos", son lecturas
fantásticas. Y que decir de la puerta
principal hacia su obra "Cien años de
soledad", tal vez el libro más importante en
castellano después del Quijote; todos quienes hablamos
español deberíamos de leerla en
algún momento de nuestras vidas. Yo
siempre preferiré "El amor en
los tiempos del cólera".
Ciertamente ha
muerto un hombre que dedicó su vida a contar historias, pero sobrevive su voz en
cientos y cientos de páginas que esperan nuestra mirada para
hacerla sonar. Descanse en paz Gabriel García Márquez.
Empiezo a entender mucho de su obra maestro Chinchillas. Un enorme abrazo!
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