No necesito de un día para acordarme de mis muertos. Los traigo en la memoria, en el apellido. En la necedad de no bolearme los zapatos. En las fotografías que no cuelgan de las paredes de mi casa, en las rodillas. En los versos de doble filo, que no escribo. En la mirada turbia sin los lentes. No preciso de altares, yo soy la ofrenda viva de su amor y así perezco.
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