Emiliano Páramo
Hoy, este que escribe, no tiene palabras suficientes para consignar en estas líneas, el dolor inmenso que las ausencias le siembran y germinan. Mi padre es desde mis más tempranos años, el vértice donde se juntan mis razones para vivir con esperanza. Este domingo me dejo caer un rato entre lágrimas que lo urgen, hasta la nube viajera donde, seguro, está bebiendo tequila con José Alfredo y Blanca Estela Pavón. Mi libro más reciente le ha inventado una muerte de película, distinta a la muerte que le tocó vivir a causa de sus excesos; por eso no van mis palabras aquí; esas ya las tiene, son suyas, le pertenecen desde siempre. Aquí, sólo unos versos, de otros que también amaron y sufrieron desde la figura paterna que los nombra, ampara y desampara.
9 de Febrero de 1913/ALFONSO REYES/¿En qué rincón del tiempo nos aguardas,/desde qué pliegue de la luz nos miras?/¿Adónde estás, varón de siete llagas,/sangre manando en la mitad del día?/Febrero de Caín y de metralla:/humean los cadáveres en pila./Los estribos y riendas olvidabas/y, Cristo militar, te nos morías.../Desde entonces mi noche tiene voces,/huésped mi soledad, gusto mi llanto./Y si seguí viviendo desde entonces/es porque en mí te llevo, en mí te salvo,/y me hago adelantar como a empellones,/en el afán de poseerte tanto.
Notas para un árbol genealógico (Fragmento)/MARGARITA MICHELENA/Padre, por mucho tiempo, por una vida larga,/no supe de qué hablarte y cómo hablarte./Hoy la muerte cancela las distancias./Nunca nos conocimos. Nunca, nunca/nos vimos alma a alma./Pero llegó el momento en que te fuiste,/el momento en que ya no estabas./Y entonces sí que nos quisimos./Y entonces sí que te lloraba./Y te di el más hermoso funeral de la tierra./Eduardo y yo te llevamos a tu nueva casa/de rosas, matorrales y pájaros,/en medio de un rosario rezado bajo el cielo,/clamando a campo traviesa/como un ruido de alas./Inocentes y santos te abrieron la tumba/y no tocó nada de tu muerte/ninguna mano mercenaria./No te puse entre sedas para tu último sueño./Te di un lecho de madera aromática./Y a ti sólo, entre todos los partidos,/se lo ruego: no sé de qué, pero perdóname./Haz las paces conmigo./Sobre la tierra agreste en la que duermes,/arrodillada, te lo pido,/yo que soy el espejo de tu rostro,/yo que vine de tu latido,/yo que nunca supe quién eras/ni lo que pasaba en tu alma,/pero que te quiero, te quiero,/y te llevo como una llaga./Haz las paces conmigo./Sé mi herida cerrada.
Algo sobre la muerte del mayor Sabines (Fragmento)/JAIME SABINES/Déjame reposar,/aflojar los músculos del corazón/y poner a dormitar el alma/para poder hablar,/para poder recordar estos días/los más largos del tiempo./Convalecemos de la angustia apenas/y estamos débiles, asustadizos,/despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño/para verte en la noche y saber que respiras./Necesitamos despertar para estar más despiertos/en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos./Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,/por eso es que este hachazo nos sacude./Nunca frente a tu muerte nos paramos/a pensar en la muerte,/ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría./No lo sabemos bien, pero de pronto llega/un incesante aviso,/una escapada espada de la boca de Dios/que cae y cae y cae lentamente./Y he aquí que temblamos de miedo,/que nos ahoga el llanto contenido,/que nos aprieta la garganta el miedo./Nos echamos a andar y no paramos/de andar jamás, después de medianoche,/en ese pasillo del sanatorio silencioso/donde hay una enfermera despierta de ángel./Esperar que murieras era morir despacio,/estar goteando el tubo de la muerte,/morir poco a poco, a pedazos./No ha habido hora más larga que cuando no dormías,/ni túnel más espeso de horror y de miseria/que el que llenaban tus lamentos,/tu pobre cuerpo herido./
Padre/ENRIQUETA OCHOA/Al montón de polvo que te cobija/bajé esta tarde;/la sal de la llanura ardía/bajo el árido resplandor del silencio/y una furiosa soledad golpeaba/contra la flor caliza de los cerros./Yo te hablé con esa ternura indómita/que rompe dignidades,/y que quebré de bruces en la tierra;/allí donde ningún extraño enjugaría/las pupilas ajadas de desvelo./Lejos,/en muchedumbre hambrienta palpitaba la vida/ajena de tu muerte y de la mía.../¿Es que pronto no habrá una lágrima/para mojar tu ausencia,/una antorcha vehemente que te salve de tanta/nieve oscura?/
Jamädi…
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