Patricia Villarruel AVILÉS, España
De cerca, Wole Soyinka tiene algo de profeta. De monarca tribal. El cabello hirsuto, níveo. La voz rotunda. La mirada cargada de esperanza. A sus 77 años, el primer africano (nació en Abeokuta, Nigeria) en recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1986, quiso convertir al Centro Niemeyer en Avilés (Asturias) en epicentro de una reivindicación en contra del colonialismo bárbaro que ha trascendido las páginas de su obra narrativa, lírica y dramática.
La inauguración semanas atrás de la muestra Máscaras y miniaturas, excusa ideal para esta entrevista con EL UNIVERSO, permite escuchar las confesiones de un coleccionista (también editor y profesor) que empezó con su labor recolectora en respuesta a esa práctica de robos que llevó a miles de piezas cargadas de historia a habitar las galerías europeas.
En 1960, después de cursar estudios en Londres, se encontró en su país con “una rutina de hurtos, de compras negociadas y repatriaciones indiscriminadas”. No existían en Nigeria leyes de conservación del arte y la permisividad rozaba el límite de la colaboración.
Él fue víctima del expolio cuando en 1967 permaneció 27 meses en prisión (22 de ellos incomunicado) acusado de apoyar durante la guerra civil de su país a la facción rebelde de Biafra (el drama lo describe en su autobiografía You must set forth a dawn).
Hasta la carcoma causó estragos en sus tallas preferidas. Cuando regresó, en 1990, después de años de exilio, guardó las piezas sobrevivientes en el garaje de su casa.
Empezó, entonces, una fase de rechazo. No soportaba la cercanía de una obra de arte africana. Tardó en recuperar el afán coleccionista.
La exhibición Máscaras y miniaturas (permanecerá abierta hasta la próxima semana) es testimonio fiel de ese reencuentro. También de sus intereses literarios.
Soyinka escogió varios libros de su biblioteca personal para la exhibición en el Centro Niemeyer. Destaca Patria o Muerte del cubano Nicolás Guillén. “No es un poeta de la negritud, es el mayor exponente de la poesía negra”, se apresura a aclarar el escritor en un recorrido privado por la muestra. La explicación pedagógica que Soyinka hace de las obras invita a abordar su faceta como catedrático, en Estados Unidos (donde se refugió en 1997 al ser acusado de traición por el dictador Sani Abacha) y en Nigeria (una vez que se recuperó la democracia). A veces cree que es un “mal profesor”. Prefiere la compañía de los estudiantes, “aprender de ellos”.
Ganar el Nobel reconoce puede resultar “muy opresivo”. Es reclamo de encuentros y festivales, pero sorprendentemente prefiere hablar de asuntos político-sociales a centrarse en su obra. “Mi ordenador portátil es mi jefe, siempre lo llevo y siempre estoy escribiendo algo”, se limita a comentar.
La fotografía que de África dibuja el autor en esta entrevista es la de un continente “aún en formación” que mantiene una lucha permanente para salir de una etapa de “colonialismo” con una pléyade de tiranos a la cabeza que se han sostenido con el “apoyo del exterior”. La instantánea, por supuesto, no es análoga. “El progreso y el desarrollo difieren entre un país y otro y los conflictos religiosos son un problema global”, añade. En la actualidad, Liberia es, por ejemplo, la antítesis del Congo.
Tras el fin del apartheid, el mayor reto que según Soyinka debe afrontar el “carismático” mandatario sudafricano Jacob Gedleyihlekisa Zuma, constituye la presión que infligen los insurgentes, “una mayoría expectante e impaciente que cree que las transformaciones deberían ir más rápido”.
Le alarma la crisis humanitaria en Somalia (la hambruna afecta a cerca de cuatro millones de personas). Es, en su opinión, fruto de una “sucesión de dictadores que han hecho lo que han querido con la sociedad, actuando con la población como si fueran juguetes”. “Es cruel, advierte con contundencia, que se prohíba comer a los niños que se mueren de hambre”. El rechazo de la ayuda por parte de las autoridades solo puede considerarse, desde su visión, como un “crimen contra la humanidad”.
La desolación se aparta momentáneamente del diálogo cuando se refiere a Nigeria. Los cirujanos más reconocidos en EE.UU. nacieron en su país y un nigeriano, miembro de la plantilla de la NASA, participó en la fabricación de uno de los componentes de las naves espaciales. En el espíritu competitivo de su gente pudieran residir los éxitos a los que se refiere el Nobel, aunque lamenta que existan regiones del país en las que se aplican “políticas para retardar deliberadamente el proceso educativo de las masas”.
Soyinka critica que los legisladores ganen más que el presidente Barack Obama, pero resalta la capacidad de emprendimiento en la nación y el objetivo marcado para dejar atrás un modelo económico que depende del petróleo, “que supone riqueza, pero a la vez es un gran contaminante”. Hay oportunidades de inversión. La llegada desmesurada de empresarios chinos los ha convertido, sin embargo, en unos “capitalistas sin control”.
El espíritu combativo del laureado escritor se fortalece al denunciar la existencia de “una nueva ola de déspotas que creen que están en su derecho de imponer sus obsesiones religiosas revolucionarias”. Son fundamentalistas que no pueden ser identificados como “verdaderos musulmanes” pero que pretenden extender el “islamismo más radical” con la idea de que “todo sea el reino de Alá”. Una práctica “inaceptable” que a Soyinka le lleva a no identificar diferencias entre las “dictaduras militares y religiosas” y a encauzar el último tramo del diálogo con este Diario en torno a la cosmovisión yoruba (grupo étnico africano). “Esta religión nunca ha lanzado ninguna cruzada ni declarado una yihad (esfuerzo en el camino de Dios); en cambio, el islamismo y el cristianismo han hecho mucho daño al mundo con su agresividad y alto nivel de intolerancia y prepotencia”, concluye.
El escritor
Su nombre verdadero es Akinwande Oluwole Soyinka. Nació en Abeokuta, el 13 de julio de 1934. Es descendiente de la etnia yoruba, de rica y poderosa tradición cultural.
Fue influido por el estudioso shakespeareano Wilson Knight y por el ambiente de experimentación de la década de 1950.
Soyinka es dramaturgo, ensayista, poeta, novelista y crítico nigeriano en lengua inglesa.
De cerca, Wole Soyinka tiene algo de profeta. De monarca tribal. El cabello hirsuto, níveo. La voz rotunda. La mirada cargada de esperanza. A sus 77 años, el primer africano (nació en Abeokuta, Nigeria) en recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1986, quiso convertir al Centro Niemeyer en Avilés (Asturias) en epicentro de una reivindicación en contra del colonialismo bárbaro que ha trascendido las páginas de su obra narrativa, lírica y dramática.
La inauguración semanas atrás de la muestra Máscaras y miniaturas, excusa ideal para esta entrevista con EL UNIVERSO, permite escuchar las confesiones de un coleccionista (también editor y profesor) que empezó con su labor recolectora en respuesta a esa práctica de robos que llevó a miles de piezas cargadas de historia a habitar las galerías europeas.
En 1960, después de cursar estudios en Londres, se encontró en su país con “una rutina de hurtos, de compras negociadas y repatriaciones indiscriminadas”. No existían en Nigeria leyes de conservación del arte y la permisividad rozaba el límite de la colaboración.
Él fue víctima del expolio cuando en 1967 permaneció 27 meses en prisión (22 de ellos incomunicado) acusado de apoyar durante la guerra civil de su país a la facción rebelde de Biafra (el drama lo describe en su autobiografía You must set forth a dawn).
Hasta la carcoma causó estragos en sus tallas preferidas. Cuando regresó, en 1990, después de años de exilio, guardó las piezas sobrevivientes en el garaje de su casa.
Empezó, entonces, una fase de rechazo. No soportaba la cercanía de una obra de arte africana. Tardó en recuperar el afán coleccionista.
La exhibición Máscaras y miniaturas (permanecerá abierta hasta la próxima semana) es testimonio fiel de ese reencuentro. También de sus intereses literarios.
Soyinka escogió varios libros de su biblioteca personal para la exhibición en el Centro Niemeyer. Destaca Patria o Muerte del cubano Nicolás Guillén. “No es un poeta de la negritud, es el mayor exponente de la poesía negra”, se apresura a aclarar el escritor en un recorrido privado por la muestra. La explicación pedagógica que Soyinka hace de las obras invita a abordar su faceta como catedrático, en Estados Unidos (donde se refugió en 1997 al ser acusado de traición por el dictador Sani Abacha) y en Nigeria (una vez que se recuperó la democracia). A veces cree que es un “mal profesor”. Prefiere la compañía de los estudiantes, “aprender de ellos”.
Ganar el Nobel reconoce puede resultar “muy opresivo”. Es reclamo de encuentros y festivales, pero sorprendentemente prefiere hablar de asuntos político-sociales a centrarse en su obra. “Mi ordenador portátil es mi jefe, siempre lo llevo y siempre estoy escribiendo algo”, se limita a comentar.
La fotografía que de África dibuja el autor en esta entrevista es la de un continente “aún en formación” que mantiene una lucha permanente para salir de una etapa de “colonialismo” con una pléyade de tiranos a la cabeza que se han sostenido con el “apoyo del exterior”. La instantánea, por supuesto, no es análoga. “El progreso y el desarrollo difieren entre un país y otro y los conflictos religiosos son un problema global”, añade. En la actualidad, Liberia es, por ejemplo, la antítesis del Congo.
Tras el fin del apartheid, el mayor reto que según Soyinka debe afrontar el “carismático” mandatario sudafricano Jacob Gedleyihlekisa Zuma, constituye la presión que infligen los insurgentes, “una mayoría expectante e impaciente que cree que las transformaciones deberían ir más rápido”.
Le alarma la crisis humanitaria en Somalia (la hambruna afecta a cerca de cuatro millones de personas). Es, en su opinión, fruto de una “sucesión de dictadores que han hecho lo que han querido con la sociedad, actuando con la población como si fueran juguetes”. “Es cruel, advierte con contundencia, que se prohíba comer a los niños que se mueren de hambre”. El rechazo de la ayuda por parte de las autoridades solo puede considerarse, desde su visión, como un “crimen contra la humanidad”.
La desolación se aparta momentáneamente del diálogo cuando se refiere a Nigeria. Los cirujanos más reconocidos en EE.UU. nacieron en su país y un nigeriano, miembro de la plantilla de la NASA, participó en la fabricación de uno de los componentes de las naves espaciales. En el espíritu competitivo de su gente pudieran residir los éxitos a los que se refiere el Nobel, aunque lamenta que existan regiones del país en las que se aplican “políticas para retardar deliberadamente el proceso educativo de las masas”.
Soyinka critica que los legisladores ganen más que el presidente Barack Obama, pero resalta la capacidad de emprendimiento en la nación y el objetivo marcado para dejar atrás un modelo económico que depende del petróleo, “que supone riqueza, pero a la vez es un gran contaminante”. Hay oportunidades de inversión. La llegada desmesurada de empresarios chinos los ha convertido, sin embargo, en unos “capitalistas sin control”.
El espíritu combativo del laureado escritor se fortalece al denunciar la existencia de “una nueva ola de déspotas que creen que están en su derecho de imponer sus obsesiones religiosas revolucionarias”. Son fundamentalistas que no pueden ser identificados como “verdaderos musulmanes” pero que pretenden extender el “islamismo más radical” con la idea de que “todo sea el reino de Alá”. Una práctica “inaceptable” que a Soyinka le lleva a no identificar diferencias entre las “dictaduras militares y religiosas” y a encauzar el último tramo del diálogo con este Diario en torno a la cosmovisión yoruba (grupo étnico africano). “Esta religión nunca ha lanzado ninguna cruzada ni declarado una yihad (esfuerzo en el camino de Dios); en cambio, el islamismo y el cristianismo han hecho mucho daño al mundo con su agresividad y alto nivel de intolerancia y prepotencia”, concluye.
El escritor
Su nombre verdadero es Akinwande Oluwole Soyinka. Nació en Abeokuta, el 13 de julio de 1934. Es descendiente de la etnia yoruba, de rica y poderosa tradición cultural.
Fue influido por el estudioso shakespeareano Wilson Knight y por el ambiente de experimentación de la década de 1950.
Soyinka es dramaturgo, ensayista, poeta, novelista y crítico nigeriano en lengua inglesa.
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