Rosario Castellanos
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En página primera
viene, como a embestir, este retrato
y luego, a ocho columnas, la noticia:
asesinado misteriosamente.
Es tan fácil morir, basta tan poco.
Un golpe a medianoche, por la espalda,
y aquí está ya el cadáver
puesto entre las mandíbulas de un público
antropófago.
Mastica lentamente el nombre, las señales,
los secretos guardados con años de silencio,
la lepra oculta, el vicio nunca harto.
Del asesino nadie sabe nada:
cara con antifaz, mano con guantes.
Pero este cuerpo abierto en canal, esta entraña
derramada en el suelo
hacen subir la fiebre
de cada Abel que mira su alrededor, temblando.
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