Otras veces es una palabra cuanto basta.
José Saramago
Cuatro años después, en 1970, apareció “Probablemente la alegría”, tercer libro publicado y segundo de poemas del escritor lusitano. Ahí, en esas páginas con titulo esperanzador, deambulan setenta y tres poemas cargados del habitual disfrute del poeta por la naturaleza; la propia, la que le rodea, la que se imagina y la que lo martiriza. Es así que la mar, la noche, la piedra, el tiempo, el deseo, inclusive el voto, el paisaje, el rostro propio; son pretexto para un devenir de deliciosas imágenes poéticas entre las que se asoma una suerte de optimismo pocas veces encontrado en los textos del Nobel. Saramago continúa creyendo que la palabra es vital para la vida, inclusive cuando falta; en su poema titulado “Palabras de amor” se lee: Olvidemos las palabras:/Las tiernas, caprichosas, violentas,/Las suaves de miel, las obscenas,/Las febriles, las sedientas y hambrientas.//Dejemos que el silencio dé sentido/Al latir de mi sangre en tu vientre:/¿Qué palabra o discurso lograría/Decir amar en lengua de la semilla? Es esa lengua enterrada en la fertilidad del lector la que da forma al follaje de la poesía de José Saramago; impulsa a quien lo lee a volverse cómplice de su canción de alegría.
Parecía hasta entonces que José Saramago había ensayado ya todas sus obsesiones y que estaba listo para volver a la narrativa. Sin embargo faltaba su incredulidad sobre el futuro, escaparate, imaginario pero prometido, de la peor condición humana. En 1975 apareció “El año de 1993”, colección de treinta textos escritos en una impecable prosa poética, en los que el autor explora las posibilidades de un mundo parecido a un cuadro de Dalí, donde los ascensores no sirven, todas las puertas quedaron abiertas, las ciudades están habitadas por los lobos y los sobrevivientes del holocausto se persiguen y se exterminan. El instinto cruel y devastador del ser humano, criticando la estructura de nuestras sociedades, la inutilidad de la fe en un mundo sin conciencia, el poder absoluto derruido hasta la nada; todo a través de la cruda pero sincera visión del pesimista. El libro, probablemente el más obscuro del autor, termina con una sentencia: Una vez más en fin el mundo el mundo algunas cosas hechas contadas tantas no y saberlo//Una vez más el imposible quedarse o la simple memoria de haber sido//Conforme se concluye que nada hay bajo la sombra que el niño levanta como una piel desollada. Dos años más tarde apareció su “Manual de pintura y caligrafía”, y nunca más volvió a publicar poesía.
En 2005 el sello Alfaguara compiló estos tres poemarios en un volumen bilingüe (portugués-español), denominado: “Poesía completa”. Saramago parecía estar consciente del riesgo que implicaba volver refrescar en la memoria de sus lectores su incursión en la poesía y, para evitar la posible pregunta de si volvería a escribir un nuevo libro de poemas, incluyo un epilogo en el libro recopilatorio. Se trataba de un nuevo poema, titulado “Catorce de junio”; a su inicio se lee: Cerremos esta puerta./Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan/Como se sí mismos se desnudarían dioses. Clausuraba pues la entrañable esperanza de una nueva lirica de su pluma, pero también prometía la posibilidad de seguirla encontrando en las viseras de sus novelas: No se alejó el tiempo, no se fue, Asiste y quiere./Su mirada aguda ya era una pregunta/A la primera palabra que decimos:/Todo.
Saramago murió cinco años y cuatro días después del título de este último poema. ¿Lo hubieras sospechado? ¿Habría sido un intento por fijar el día de su propia muerte? ¿Será que la puerta que nos sugiere cerrar es la de su vida terrenal para abrir al mismo tiempo la que lo convierte en hito de la literatura contemporánea? ¿Será todo apenas una ligera coincidencia? No importa saberlo, basta con sospechar que la respuesta se esconde en las páginas de su vasta obra y buscarla.
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*Texto publicado ayer sábado 3 de julio de 2010, en la página 7, secciòn Vox, del diario Síntesis de Hidalgo.
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