A las palabras hay que arrancarles la piel.
No hay otra manera para entender de qué están hechas.
JOSÉ SARAMAGO
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No hay otra manera para entender de qué están hechas.
JOSÉ SARAMAGO
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Nació el 16 de noviembre de 1922, aunque en su acta de nacimiento se lee el día 18. Un error similar ocurre con su nombre; su padre se apellidaba Sousa, pero el registro civil escribió: “Saramago”, apodo de la familia paterna conocido por el escriba. Sin saberlo, el funcionario establecía con esta broma uno de los nombres más conocidos de la literatura de todos los tiempos: José Saramago.
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Su infancia estuvo marcada por la dificultad pues sus padres eran campesinos sin una tierra que poseer y trabajar, formando el pensamiento crítico de un hombre que durante su vida apoyó las causas más elementales de los desposeídos y criticó duramente al establishment: la iglesia católica, el poder económico, los gobiernos de derecha, e inclusive los gobiernos de izquierda con los que era especialmente incisivo; tal vez porque sentía la obligación de ser más duro con los propios que con los ajenos. Su ideología de izquierda lo llevó a formar parte del Partido Comunista de Portugal. Comenzó a leer a los clásicos a los doce años, lo que terminó por envenenarlo con el gusto por las letras; no solamente para leerlas, sino también para escribirlas.
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Publicó su primer libro en 1947, cuando el autor apenas contaba con 25 años de edad. Aquella primera novela se tituló “Tierra de pecado” y tuvo una tibia recepción por parte de la crítica y de los lectores. Sin embargo, pareciera que fue el propio Saramago quien no quedó para anda conforme con el resultado de su primera publicación. Hay quien opina que todo escritor se arrepiente de sus primeros libros y tal pareciera que José de Sousa así lo hizo pues a “Tierra de pecado” le sucedió un silencio literario de casi veinte años.
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En ese periodo de retiro, Saramago terminó una segunda novela que permaneció inédita: “Claraboya”. Pero también ocurrió un proceso de entrenamiento creativo, íntimo y silencioso, que forjó en la pluma del escritor portugués uno de los estilos más característicos de la literatura universal; Saramago se dedicó a escribir poesía. El resultado del periodo poético del Nobel se pudo conocer hasta el final cuando en 1966 apareció el libro “Poemas posibles”; ochenta poemas que conforman una suerte de inventario de las obsesiones del escritor, las cuales se magnificarían en sus novelas posteriores: La fe, el pecado, los lugares comunes que suelen ser extraordinarios, la honestidad, la creación y hasta personajes literarios como Romeo, su Julieta y el Quijote.
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En esas páginas Saramago también analiza el transe en el que se encuentra su literatura, lo hace en el poema titulado precisamente “Proceso”, en él se lee: Las palabras más simples, más comunes,/Las de andar por casa y dar a cambio,/En lengua de otro mundo se convierten:/Basta que, del sol, los ojos del poeta,/Rasando, las iluminen.
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El autor entiende que para narrarlo, hay que aprender del mundo sus palabras más primigenias, atraparlas y desmenuzarlas lentamente, colgar sus restos al sol durante días y esperar que escurran la esencia de su verdadero significado, para así, poder devolvérselas al mundo afiladas y embellecidas.
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Probablemente aquel primer poemario mostró a Saramago como un gran poeta, sin embargo a la luz de la distancia sabemos que mostraba a un gran escritor, que pacientemente urdía una obra literaria inigualable.
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*Publicado el sábado 26 de junio de 2010, en el periódico Síntesis de Hidalgo, sección VOX, página 6.
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