Este viernes decidí beneficiarme con las ventajas de vivir en una ciudad “moderna”. Una vez que dejé a la Troyana en la puerta de su oficina (una vez que recorrimos los nuevos laberintos vial con puentes y desniveles que recién se han inaugurado en Pachuca), me eche al hombro la messanger y me dirigí caminando al parque cercano que ostenta un letrero donde se avisa de la posibilidad de conectarse gratuitamente a internet. Abrí la lap y comencé mi tarea matutina de responder correos electrónicos, actualizar el blog, leer los periódicos y escuchar buen jazz en Horizonte; todo a una velocidad muy aceptable, sin interrupciones de conectividad y con el cantar de las aves y el soplar del viento alrededor mío. Sin embargo, aun cuando este servicio municipal lleva meses disponible, decidí probarlo en un otoño pachuqueño que tienen la vocación de invierno y que entume mis dedos de la mano derecha (que son aquellos que alguna vez se fracturaron), también los de la mano izquierda, mi nariz, los seis tornillos de titanio inoxidable que tengo en la mandíbula, y hasta el culo. ¡Puta madre, hasta el café del termo está helado!
Es por eso que regreso a la calidez de mi estudio a seguir escribiendo. Chiao.
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