En alguna ocasión estando en México, el filosofo español Fernando Savater dijo: … y como dice el más grande de los poetas mexicanos, y que me perdone Octavio Paz, ‘la vida no vale nada’. La audiencia contenida en el Palacio de Bellas Artes reventó en una carcajada, no sólo por la ocurrencia del vate, sino por la verdad contenida en sus palabras. Se refería a José Alfredo Jiménez, quien fue el autor de cientos de canciones rancheras con las que aprendimos a verter nuestro dolor en un caballito de tequila y echárnoslo de un solo trago, que al fin y al cabo, también de dolor se canta.
Esta anécdota me vino a la mente cuando el viernes pasado, en el medio de las actividades de un maravilloso taller literario del cual hablare en días posteriores, el poeta mixquiahualense Venancio Neri Candelaria me obsequió una copia de algunas décimas compuestas a José Alfredo. Venancio insiste que no son creación suya, yo lo dudo, pues siendo reflejo del sentir conciente e inconciente de los mexicanos; somos todos autores de esta letanía.
No’más para que se den un quemón, les dejo una décima de la compilación:
José Alfredo, ya muchos años hace
que José Alfredo donde anda
sigue en la eterna parranda
de su conciencia de clase.
Si hay trago y amor no le hace
que infierno y cielo en querella
se junten en la botella
de lo que decepcionó,
mientras siga siendo yo
el Rey y el Jinete de Ella.
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He aqui otra más, una de la casa, para coperar:
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Que cuando el Cielo rojo haya de venir,
emulando la condición de mis ojos
mirando los despojos
que me dejo su amor al partir,
envuelva en sus nubarrones
mi corazón hecho jirones.
¡Ay José Alfredo mejor sería
que nos enviaras de una vez a la Catrina
en lugar de dejarnos sufrir
en el rincón de una cantina!