viernes, 23 de febrero de 2024

Gozálo Martré, decano de los escritores hidalguenses

Foto: UAEH

Conserva el recuerdo muy claro. Su madre era la maestra del primer grado. Él, de una edad similar a los niños reunidos en el salón, la acompañó porque no tenía con quien encargarlo mientras daba su clase. Mario, tomo asiento en alguna de los pupitres disponibles y guardó silencio. Su madre, la maestra, escribió una frase en el pizarrón y pidió de entre los pupilos un voluntario que pudiera leerla de corrido. Las niñas se miraron entre sí, los niños escondieron la mirada en el cuaderno frente a ellos. Nadie. La maestra insistió, no sin el asomo de un desencanto en su voz. Nuevamente nadie. Mario levantó la mano cautelosamente y ante la ausencia de un voluntario perteneciente a la clase regular, su madre le permitió participar. Él se levantó y muy derechito leyó de cabo a rabo la frase; sujeto, verbo y predicado encadenados en un solo respiro. La maestra amaba a su hijo más que a nada en el mundo y lo conocía perfectamente, aun así se sorprendió y comprendió entonces que Mario atesoraba en su interior un interés especial por las letras, por la literatura. 

A partir de ese momento Mario se entregó cuan infante a leer literatura fantástica, a disfrutarla, a vivirla y a trazar una senda interior que algunos años después lo llevaría a convertirse en escritor y a cambiar su nombre por el de Gonzálo Martré. 

Martré nació en Meztitlan y repartió su infancia y juventud en varios municipios de Hidalgo donde su madre se mudaba para atender su trabajo docente. Tula y Pachuca son apenas dos sitios de una lista larga. Se exilió en la capital del país con el propósito de continuar los estudios profesionales y ahí se topó, de frente, con el inexorable destino de la palabra escrita en el año de 1967. Comenzó entonces una larga carrera que lo llevaría del cuento a la novela, al periodismo, a la sátira, al ensayo, a escribir de política, para niños, a ser argumentista y convertirse hoy en día, no sólo en uno de los autores mexicanos más prolíficos de nuestra literatura, sino también en el decano de los escritores nacidos en Hidalgo.

Gonzálo Martré visitó la ciudad de Pachuca hace exactamente una semana, el viernes 16 de febrero de 2024, porque tenía ganas de celebrar en la capital de su tierra su cumpleaños noventa y cinco. En principio quería sólo una reunión petit comité con veinte o treinta personas en algún reciento disponible de la UAEH. Por fortuna, la Universidad decidió organizarle un evento más grande, con lleno total en la Sala J- Pilar Licona del edificio de Abasolo y aprovechó la presencia del Rector para entregarle un reconocimiento, merecido y pertinente, por su prolijo dispendio literario de más de cincuenta años.

Quienes tuvimos la oportunidad de acompañarlo en este evento disfrutamos cómo siempre de su ingenio y socarronería. Nos embelesamos de sus anécdotas que lo mismo incluyeron su origen en los hermosos lares de Meztitlán, que sus tardes de cantina con colegas donde se erigían proyectos editoriales que le permitieron reconocimiento y, en ocasiones, ser arrastrado por la fama internacional de algunos proyectos; como aquel donde se le ocurrió convertir a Julio Cortazar en un personaje de la historieta de Fantomás donde participaba como argumentista. Aquel episodio impreso se llamó “La inteligencia en llamas” y en la historia, Fantomas se comunicaba telefónicamente con sobresalientes intelectuales del momento, con quienes además se tuteaba como Cortazar (y también Susan Sontang). La historieta llegó a París y terminó en las manos del autor de Rayuela que se sorprendió al verse convertido en un personaje de historieta sin haberle pedido permiso, así que aprvechó y utilizó el mismo soporte narrativo, la historieta, como un nuevo canal para comunicar parte de su obra, haciendo su propia versión en un folletín de Fantomas. Por supuesto esto acaparó la atención de todo el mundo “arrastrando” a Martré en esta fama.

Fresco, ocurrente, nos habló de los nuevos proyectos que lo tienen ocupado; un manojo de cinco libros que pronto espera terminar, “Si le da tiempo”, bromea. No sin dificultad, devido a los problemas de sus cuerdas vocales  Martré estuvo charlando con sus lectoras por casi una hora, coronando el evento con la entrega del reconocimiento de manos del rector Octavio Castillo Acosta.

Paso cebra

Un gran acierto de los organizadores y del propio homenajeado, fue la generosidad de obsequiar libros a los presentes para que el autor los firmara. Hacer esto es atar el último cabo de una charla con un escritor; en ocasiones, como la que ahora nos ocupa, es una delicia escuchar, pero poder leerlo después se transforma en ese acto de íntima complicidad entre el autor y el lector, lo que al fin de cuentas tiene que ser la literatura.

viernes, 16 de febrero de 2024

Un pulso de vida desde los Andes


Tuve conciencia de la muerte por primera vez a los seis años. Mi Tata, mi abuelo materno, murió de cirrosis. Nunca vi su cadáver, apenas un día antes del deceso lo visité en el hospital. Al volver del cementerio mi madre me explicó lo que significaba el hecho de que su padre hubiera muerto. No lo volvería a ver. Sin embargo, su recuerdo ha perdurado muy dentro de mí como un discreto pero permanente impulso. Tuve conciencia de la muerte por última vez hace año y medio cuando falleció mi padre. Estas no han sido las únicas dos muertes de la familia, pero la sensación que me provocaron ambas fue muy similar. Sin las sensiblerías de dedicar todos los actos a la memoria de los que se han ido, sí descubro una cierta inspiración en aprovechar el andamiaje de vida que nuestros seres queridos fallecidos, nos han dejado. Es en ese amor, enseñanza, ejemplo o herencia emotiva, donde cogemos propulsión para continuar.

Esa es la reflexión que a mi parecer nos deja el filme “La sociedad de la nieve”. La nueva versión de una de las historias de supervivencia más conocidas del mundo. En mi infancia tardía y mi juventud temprana, estuve obsesionado con tres sucesos que marcaron esa época: la explosión del Challenger, el accidente nuclear en Chernobil y los Sobrevivientes de los Andes. 

Al ser una historia conocida, con mayor o menor detalle, por casi todo el mundo, la película la aborda desde la narrativa de Numa Turcatti, una de las veintinueve personas que murieron por causa del choque y durante los días posteriores antes de ser rescatados. Numa, no era parte del equipo de rugby, pero era amigo de uno de los miembros quienes los instaron a aprovechar alguno de los asientos que estaban disponibles y así poder acompañarlos a Santiago de Chile, verlos jugar y pasar el tiempo libre paseando y conociendo chicas. Ese relativo “fuera de lugar” envuelve pro principio al personaje en un halo de tragedia. Sin embargo, pronto la resignación ante la dura realidad que enfrentan hace que todos los sobrevivientes al impacto del avión en la montaña se consoliden como una sociedad donde por principio de cuentas nadie debería quejarse y todos deberían colaborar de una u otra forma para mantenerse con vida en lo que el rescate llegaba. En esta cofradía de la desgracia se pertenecen todos y cada uno, sin importar si eran compañeros, amigos o familiares, son desde ese momento figurantes de un destino común que hay que moldear para sobrevivir.

Antes de este filme, se realizaron dos películas más sobre la hist0ra de los sobrevivientes; una mexicana, muy mala y; la versión hollywoodense que enarbolo la hasaña como un hecho heroico indiscutible e imperecedero para ejemplificar la fortaleza del espíritu humano en situaciones límite. Sin embargo, el lado realmente humano de la tragedia se había ido construyendo poco a poco a través de docenas de documentales, programas especiales y entrevistas de los dieciséis sobrevivientes. El filme de Bayona cambia el punto de vista a partir de la premisa más cruda, sin los que murieron (a lo largo de los días) los que vivieron no hubieran podido salir de ahí. Ajustar el foco en Turcatti y no en Nando Parrado y Roberto Canesa (los dos expedicionarios que logran encontrar ayuda tras cruzar la cordillera), destaca los dilemas que todos y cada uno de ellos enfrentaron; por un lado decidir comer de los cuerpos de los amigos fallecidos, la implicación de tener su permiso para hacerlo, el hecho mismo de consumir músculos, órganos, etc. para mantener las fuerzas y el hecho mismo de la muerte como fin último de amor para que los que continuaran viviendo pudieran alimentarse. Es ahí donde el personaje de Numa es la vuelta de tuerca para construir un filme extraordinario y con un mensaje desgarrador, pero real: la muerte de algunos es también una forma de celebrar la vida de otros.

Paso cebra

Recién la semana pasada, “La sociedad de la nieve” del director español Juan Antonio Bayona, se alzó con diez premios Goya, entre ellos el de Mejor Director y Mejor Película, lo que parece indicar que también podría ser acreedora al Oscar a Mejor Película Internacional. Por cierto, “La sociedad…” está basada en un libro del mismo nombre escrito por el también periodista y guionista uruguayo Pablo Vierci, quien además de ser un reconocido escritor en su país natal, era amigo de la infancia de los miembros del “Old Christians Club”, lo que le permitió erigir a través de varias entrevistas esa visión más humana, menos épica de los sobrevivientes de lo Andes.

viernes, 9 de febrero de 2024

Mientras la música hable: Bela Fleck y Chucho Cuevas


Mantengo un sentimiento dual con las plataformas para escuchar música; el streaming, pues. Por un lado, el más oscuro de mi ser, las detesto; me han quitado el placer de sostener un disco entre las manos, otrora los elepés y casetes, no tan lejanos en el tiempo los cedes, la euforia de abrir el booklet y conocer los bastidores de la producción: lugar, fecha, cómplices, ejecutantes, a veces letras, al fin y al cabo las entrañas de esa música que me atraía. Por otro lado, las plataformas me complacen porque me permiten encontrar rarezas, peculiaridades musicales, autores e interpretes ya conocidos y, sobre todo y por fortuna, desconocidos para mí.

Este fabuloso accidente melómano me ocurrió en agosto pasado cuando escuché por primera vez “As we speak”, lo más nuevo del banjero norteamericano Bela Fleck. Se trata de un álbum realizado con un racimo de músicos virtuosos: el contrabajista Edgar Mayer, el famoso tablero hindú Zakir Hussain (ambos músicos con los que había grabado un álbum previo en 1998) y el flautista Rakesh Chaurasia, también de la India y que participa de manera especial en este trabajo.

La forma en que fluyen las doce pistas del disco recuerdan las primeras incursiones de Bela Fleck en la industria del disco. La frescura con que los temas están estructurados me recuerda a uno de sus primeros discos “Left of cool” (uno de mis discos de jazz preferidos), permitiendo una especie de danza sonora donde el contrabajo, la tabla y la flauta entretejen sus tesituras en un orden espléndido. Por momentos, mientras las sensaciones se agolpan en la epidermis gracias al virtuosismo de estos músicos, siento el banjo de Bela con la misma energía con que enarboló sus temas más conocidos en el pasado, particularmente “Big country” (una oda a la grandeza de la música sureña de los Estados Unidos); esa elocuencia con que el banjo se encabalga trasa una vereda donde el resto de los instrumentos, sobre todo la flauta de Chaurasia transforman el ambiente en una multiplicidad de texturas musicales difíciles de ignorar aún por el más distraído escucha. Se intercalan los estilos personales, el origen cultural de cada integrante, pero sobre todo, se amalgaman las visiones sonoras que cada uno de los integrantes de este álbum, tienen sobre lo que es y debe ser la música. Quien lo escuche se puede preguntar ¿esto es jazz?, ¿es esto música del mundo?, ¿o sólo música instrumental? Es música, así de simple y con todas sus letras.

El disco resulta, valga la redundancia, redondo, como los discos de Miles Davis, que mantenían un mismo “mood” desde el primer minuto hasta el último. Así es “As we speak”, por cierto, que mejor nombre que ese “Mientras hablamos”, pues el resultado es aquello que ocurrió mientras este cuarteto de instrumentistas dialogaron sin abrir la boca frente a un micrófono.

¿Pero por qué hablo de este disco en particular? Pues porque este diálogo intercultural ganó el lunes pasado dos premios Grammy: Mejor Álbum Instrumental Contemporáneo y, una de los temas que contiene “Pashto” se alzó como Mejor Interpretación de Música Global. 

Al terminar de escuchar esta grabación vienen a mi mente, irremediablemente, a mi mente un álbum que podría ser considerado su precursor “La noche en Comitán” del Eblen Macari Trio y donde participa, haciendo gala de su polifacético talento como multiinstrumentista Jesús Yusuf Isa Cuevas uno de los músicos más completos que tenemos en Hidalgo y en todo México.

El disco de Bela no le pide nada al disco donde toca Chucho, por el contrario, vistos a la distancia y a través de los 23 años que separan una grabación de otra, sería un gran experimento sensorial escucharlo uno atrás del otro, sin importar el orden (ambos son unos discazos), pero con la clara intención de disfrutar de algo único en la música del siglo XXI.

Paso cebra

Los Grammy`s también dejaron un resabio agridulce para la música en español; primero la noticia agradable: la talentosísima Natalia Lafourcade y su “Todas las flores” ganó como Mejor Álbum de Rock Latino (en un extraño empate con Juanes); la noticia amarga es que el mozalbete que se hace llamar como categoría de box “Peso pluma” fue reconocido como Mejor Álbum de Música Regional Mexicana. ¿Las odas a la violencia del narcotráfico son ahora los emblemas musicales que nos identifican? Bien nombrado el disco en cuestión, es el ”génesis” de la decadencia de la personalidad musical de nuestro país. Qué pena.