viernes, 22 de julio de 2022

Perseguir o acompañar: un mismo caminar en la poesía*


“Gómez Jattin, según un repartidor de periódicos que lo vio ayer por la mañana, se bañó y se vistió, como pocas veces lo hacía, y se dirigió hacia el sector de la India Catalina donde se arrojó a un bus y murió atropellado.”

Así inicia la nota del diario colombiano “El Tiempo”, en la edición del veintitres de mayo de 1997, dando cuenta del fallecimiento de uno de los poetas más importantes de las letras colombianas y por ende, de las letras latinoamericanas contemporáneas: Raúl Gómez Jattin.

Sin que lo supiéramos, o para decirlo más acertadamente, sin que la mayoría de los amantes de la literatura lo supiéramos, la región del caribe colombiano nos había dado, en los albores del ombligo del siglo XX, dos grandes escritores. Uno de ellos, conocido y reconocido: Gabriel García Márquez; el otro, desconocido pero monumental. Nacido en 1945 y muerto nueve días antes de cumplir los cincuenta y dos años, el poeta Jattin publicó diez poemarios, el último de ellos de manera póstuma. Sobré él, dada su grandeza literaria, se han realizado dos antologías y tres libros biblio-biográficos en su patria. Este libro que comentamos hoy, es el primero que da cuenta de su vida y obra en suelo mexicano.

¿Cómo es eso posible? Gracias al ahínco y la pasión del escritor tabasqueño Ricardo Ávila Alexander, quién, sin arrebatarle las anécdotas propias que lo llevaron a escribir este libro las cuales ya comentará en este medio día, nos regala la única biografía-poético-ensayística sobre uno de los autores más sobresalientes de la literatura colombiana.

En estas páginas, Ávila Alexander nos regala un retrato minucioso y profundo sobre un escritor que fue considerado el mito del poeta maldito caribeño; el Rimbaud colombiano. ¿Es esta una exageración? ¿Un mote gratuito? No. Jattin traza a lo largo de su vida una obra cuyo tema esencial es Colombia; en sus temas más hermosos y terribles: el selvático paisaje rural, la niñez sexualizada, las mujeres virtuosas o sometidas sexualmente, y la homosexualidad del pueblo.

En esas aguas, tan complementarias como contradictorias, la pluma de este poeta mítico dibuja con pulso firme la cotidianidad mitológica de su región natal “eróticamente desbordado” y, diría yo, vívidamente torrencial.

Para Jattin, la carne y la poesía implican ser parte del mundo que se penetra desde la marginalidad, desde la inmundicia; el poeta como un locom es decir, un pleonasmo.

La contundencia de su obra fue opacada por el momento histórico que le tocó vivir. Sus temas y la manera descarnada con que los abordaba pasaron desapercibidos tras la ominosa bruma del narcotráfico y su terror instaurado en las décadas de los 80’s y 90’s en Colombia.

Sin embargo, Ricardo Ávila rescata desde la raíz y siguiendo su ruta poética, a un autor que reconoce diametral, nacido en su misma región del mundo; y es que siempre he pensado, y no soy el único, que el caribe empieza en la angostura territorial de México: Tabasco; y culmina más allá de Cereté, la tierra natal de nuestro poeta caribeñamente maldito.

¿Pero, quién persigue a quién? ¿Es Ávila Alexander quien sigue el rastro de Jattin? ¿O es Gómez Jattin quien aminora el paso y deja pasar de largo a Ricardo para seguirlo mientras lo busca? Yo creo que se acompañan. Van del brazo sin saberlo, en el tiempo, en la distancia que sólo puede vencer un puente indestructible que solemos llamar poesía.

Ricardo Ávila nos dice que “caminamos ciegos y sin manos para detener el tiempo”. Esa es su vocación en estas páginas que son al tono,  un diario de viaje, una biografía, un ensayo, una fantasmagórica e imaginaria conversación con un poeta que vive eternamente en sus versos; entre ambos poetas hay inmarcesibles vasos comunicantes, rasgos comunes, temas compartidos: la pasión y la poesía; es decir, la vida.

Para el autor de este libro, la poesía es la apuesta vital hacia lo desconocido; es la libertad del lenguaje, porque la lírica permite experimentar nuevos territorios. En esta región recién descubierta por Ricardo, se nos muestra un páramo donde el lenguaje no tiene fronteras, donde Pellicer es la roca y José Manuel Roca es la falsa cúspide de una montaña cuyo nombre es Raúl González Jattin.

Para Ricardo Ávila Alexander la poesía de Jattin es “un crepúsculo de sombras (…) que nadie ha comprendido”. Sin embargo, a través de su texto envuelve al personaje en un bagaje literario universal que haría sonrojar a más de un autor encumbrado.

Nuestro Nobel, Octavio Paz dijo que “Jattin es el único de los grandes poetas del siglo XX colombiano que hace de su obra un remanso de cordura en medio de un país en donde el lenguaje de las balas y las bombas había acallado a todos los poetas.”

Hoy, otro poeta, Ricardo Ávila Alexander, nos lo presenta en su más descarnado y fidedigno retrato.

 

*Texto escrito para la presentación de “Tras los pasos de Jattin” 

de Ricardo Ávila Alexander el 22 de julio de 2022, en la FLIyJ Hidalgo 2022.