viernes, 11 de febrero de 2022

El periodismo en México, un riesgo


Invariablemente me siento mirando a la puerta principal, ya sea en un restaurante, la casa de mis padres, de un amigo, incluso en mi propia mesa del comedor. Pesquiso a mi alrededor cuando salgo de un sitio. Cambio constantemente las rutas habituales y bajo la velocidad si sospecho que algún auto me sigue. Estas precauciones, y otras, las aprendí (como todo lo que he aprendido en la vida) leyendo; en una publicación que cayó en mis manos durante el último año de la carrera, cuando la idea de ser corresponsal de guerra rondaba por mi cabeza: “Manual para periodistas en países en conflicto”, algo así se llamaba. Por fortuna (o infortunio), en el periodismo cultural el riesgo mayor es una mentada de madre, que te excluyan de algún festival literario o el despreció de un grupo o de un “ente culturoso”. Nada más. Aparentemente, la vida no va en juego.

Quisiera decir que en mi país, las precauciones de alguien que se dedica al periodismo no son más que una exageración. No. Dolorosamente no lo son. Por el contrario. Dadas las circunstancias, parecen magras. Igual de doloroso es saber que el año pasado México ha intercambiado de posiciones con Afganistan y se ha posicionado como el país más peligroso para ejercer el periodismo; el tercer puesto lo ocupa la India. 

En está bendita tierra que habitamos, en lo que va del año, es decir 41 días al momento de escribir estas líneas, han sido asesinados cinco periodistas. Decir en voz alta sus nombres es el más merecido de los homenajes que podemos hacer: José Luis Gamboa, asesinado el 10 de enero en Veracruz; Margarito Martínez Esquivel, asesinado el 17 de enero en Tijuana; Lourdes Maldonado López, asesinada el 23 de enero en Tijuana; Roberto Toledo, asesinado el 31 de enero en Michoacán y Marcos Ernesto Islas Flores, asesinado el 6 de febrero en Tijuana.

Las geografías fatídicas no son coincidencias. Son “red flags” de territorios controlados por grupos delictivos que lo mismo responden al narcotráfico que a la política. Son lugares donde el oprobio, la corrupción y la impunidad tratan de empañar la verdad. Digo “tratan”, porque la verdad no puede acallarse de ninguna manera. Detrás de estas voces apagadas a tiros, hay una tropa de mujeres y hombres valientes que ponen en riesgo su vida por informar a contracorriente; una corriente de odio y pólvora.

Pero el asedio al gremio informativo está tatuado en la memoria de muchos de nosotros, aquellos que nos entregamos al catártico habito de no olvidar; desde el golpe a Excélsior, pasando por el asesinato de Manuel Buendía y de las docenas de informadores, periodistas y reporteros que han sucumbido a la censura del fuego. Esto sin meternos con las cifras de  periodistas amenazados públicamente y en privado por los grupos delictivos que operan impunemente en nuestro México.

En este ambiente adverso, por decir lo menos, los descalificativos del Presidente hacia Carmen Aristegui (particularmente, sin mencionar otro dichos hacia otros miembros de la comunidad informativa) cae como cubetada de agua fría. Sobre todo ante el hecho de que “la Aristegui” es responsable de que muchas de las corruptelas posmodernas oficiadas por el poder en México, hayan sido exhibidas. Por ejemplo: la perversidad del padre Maciel y sus Legionarios de Cristo; la Casa Blanca peñísta; la rede de acoso y prostitución de Cuauhtémoc Gutiérrez desde su silla del PRI capitalino; la voz que le dio a Lidia Cacho ante la persecución que sufría por parte del “gober precioso” y sus secuaces; cuando mostró el caso Monex o el entramado de la Estafa Maestra. No parece, ni de cerca ni de lejos, que Carmen oculte otra lealtad que no sea la de informar.

Ryszard Kapuściński decía que “para ser periodista primero había que ser buena persona”. Es así. Partamos de ese hecho y reconozcamos la “utilidad social” del periodismo. Por supuesto que encontraremos posturas diversas, medios que van más al oficialismo que a la crítica, medios que atiendan primero las exigencias económicas de los corporativos a los que pertencen y otros que defiendan a toda costa la independencia informativa. La mexicana, ya es una sociedad capaz de discenir entre las banderas que ondean en el escenario mediático y enarbolar la que prefiera.

En nada ayuda al Presidente “engancharse” en estos malentendidos mediáticos (no lo necesita, su estrategia victoriosa está en otras lindes). Al contrario, defender la libertad de expresión sería lo mejor; más valdría hacer propia la frase de Helvecio (no de Voltaire): “Desapruebo lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”. Sería mejor,  sobre todo frente a la Revocación del mandato, que ya está en marcha y que más allá de haberse establecido como un derecho legítimo de los mexicanos, debería de ser una muestra de poder político, no de debilidad.

viernes, 4 de febrero de 2022

“Ulises” para principiantes



Siempre he creído que leer debe ser como dormir. Uno debe hacerlo cuando es tiempo de, cuando lo necesita o cuando haya oportunidad. Si leer es como dormir, los libros son las almohadas donde podemos poner a descansar con regocijo nuestros ojos. Hay quien prefiere las almohadas mullidas, hay quien no puede descansar si la cabeza no tiene un soporte rígido; yo necesito algo semirrígido tras la nuca y otra almohada suave sobre los ojos. Con base en esta analogía, no todos los libros son para todos los lectores, hay libros que pueden parecer cómodos para la mayoría, pero otros que apenas pueden soportarlos unos cuantos.

“Ulises” (“Ulysses” en su título original) de James Joyce es uno de esas almohadas que pocos encuentran cómoda. Publicado hace exactamente cien años, lo conforman dieciocho episodios que están íntimamente ligados con la “Odisea” de Homero; de ahí el título. Odiseo se transfigura en Bloom y ve reflejadas sus hazañas en el quehacer del protagonista un día común y corriente en las calles de Dublín.

El libro apareció el día del cumpleaños cuarenta de su autor; dos de febrero de mil novecientos veintidós. Muchos la llaman la Novela que contiene todas las novelas, siendo el gran detonador de la narrativa occidental del siglo XX.

La novela no es fácil. A partir del segundo capitulo se vuelve densa y exige del lector un rigor considerable dados los experimentos técnicos y lingüísticos que afloran cuando la línea argumental parece diluirse y se escabulle hasta para el lector más avezado. Incluso, Jorge Luis Borges, el ¡gran lector!, recomendaba abordar el “Ulises” con cautela, a “sorbitos” decía; trozos breves para degustarlos sin empacharse.

El germen de la novela es un episodio desafortunado, protagonizado por el mismo Joyce una noche de junio de 1904. Cuenta la leyenda que mientras vaga por las tripas de Dublín, James galanteó a una joven que iba acompañada, lo que resulto en un puñetazo que mando al escritor al suelo. Sin embargo, la acción que transcurre en la novela ocurrió el 16 de junio de ese mismo año, 1904, cuando Joyce se citó con Nora Barnacle, una atractiva camarera que había conocido seis días antes y que a la postre sería su compañera de vida. Ese día se convertiría en un hito en la historia de la literatura moderna y ha sido bautizado por sus seguidores como el Bloomsday.

En mill novecientos veinte, durante una tertulia ocurrida la tarde del once de julio, James Joyce conoce a Sylvia Beach, norteamericana estrafalaria que era dueña de una librería de fama nada despreciable llamada Shakespeare & Company. Dos años después ella le propondría al autor miope y desalentado convertirse en la editora de su libro más reciente; el “Ulises”.

Por extraño que parezca, Joaquín Sabina posee un ejemplar de aquella primera edición del “Ulises” que no es cualquier ejemplar, es, nada más y nada menos, el libro dedicado, de puño y letra de Joyce para Ciprian el hermano de la mismísima Sylvia Beach.

Ese primer ejemplar, de pasta dura, pesaba kilo y medio, tenía setecientas treinta y dos páginas (un mamotreto, pues) y estaba plagado de erratas, resultado de los caprichos y correcciones de última hora del autor, lo que por cierto, volvía loca a su editora.

Hace algunos años, alguien pagó en una subasta neoyorquina ciento ochenta mil dólares (no sé si fue Sabina) por un ejemplar firmado de esa primera edición, convirtiéndolo en el libro más caro de la historia de las subastas literarias.

Joyce no tuvo muchos lectores mientras vivió, tampoco al morir, sin embargo muchos escritores se declararon influenciados por “Ulises”; Octavio Paz, Lezama Lima, Julio Cortázar. Lo cierto es que al paso de los años ha aglutinado un número cada vez más creciente de admiradores. 

Como narrador, algunos expertos consideran a James Joyce sólo por debajo de Antón Chejov y seguido muy de cerca por Juan Ramón Jiménez, el ya mencionado Borges y nuestro Juan Rulfo. Virginia Wolf lo consideraba malísimo, a Heminway le apasionaba, T.S Eliot se confesaba “desbordado” por la novela mientras que Aldos Huxley lo encontraba terriblemente aburrido. Salman Rushdie escribió alguna vez que Joyce “construyó un universo de un grano de arena”.

Muchos libros se han escrito sobre “Ulises”. Ensayos, estudios, novelas. Una de ellas, una ficción alrededor de “La Ficción” de James Joyce es una novela extraordinaria de Enrique Vila-Matas titulada “Dublinesca”; si la encuentra por ahí no dude en leerla.

Sí algún lector tiene un interés en ciernes por Joyce, le sugiero comenzar por “Dublineses”, volumen de cuentos (publicado en 1914) o por “Retrato del artista adolescente” (1916); otro par de libros únicos e inigualables que resultan almohadas más cómodas que le permitirán, estimado lector, soñar a través de la lectura.