viernes, 30 de agosto de 2019

Perder el foco


Es fácil perder el foco cuando se usa un lente largo. El cuidado que hay que ponerle para que el objetivo no pierda claridad debe ser mayor. Es decir, cuando se está lejos y se quiere mirar de cerca al mismo tiempo, si no se tienen cuidad, todo sale borroso; digamos que la ubicuidad tiene su arte.

Foto: Milenio

Algo similar ha ocurrido con la forma en que hemos mirado, durante las últimas semanas, la protesta femenil de un viernes en la Ciudad de México. Han aparecido los puntos de vista extremistas, que no radicales, pues es característica de un necio colocarse en el lado opuesto de su oponente sólo por joder, y pocos ha sido los análisis certeros y bienintencionados que buscan que lo ocurrido el 16 de agosto no sea condenado tachado de vulgar vandalismos y pase a ocupar un sitio en el escaparate del ostracismo que, a la vista de todos, ha ocultado en este país muchas de las cosas que de verdad importan y deberíamos tener frescas en la memoria todos los días.

Nadie con tres dedos de frente puede negar la importancia de que las mujeres hayan mostrado públicamente su hartazgo y frustración al respecto de un mundo que las orilla a representar sólo el papel de objetos de satisfacción masculina poniéndolas en el centro de las agresiones verbales, físicas, sexuales, y hasta en riesgo de perder la vida. La magnitud de la protesta es directamente proporcional al daño que les hemos causado todos como sociedad, sobre todos aquellos que se quedan impávidos viendo pasar lo ocurrido como las vacas miran pasar los trenes.

Pero tú eres hombre. A ti nadie te ha acosado, nadie te violenta, ¿qué te importa? Aun cuando estas afirmaciones claramente machistas fueran ciertas es mi derecho, como padre de una hija, mostrar mi solidaridad a un movimiento que busca el respeto y la igualdad, al igual que mi consternación por vivir en un país donde día con día la cifra de mujeres que desparecen y al poco aparecen muertas crece como la espuma, mejor será decir, como el sargazo.

El punto es simple. ¡No debe de ser así! Ni mi hija, ni su madre, ni ninguna mujer deberían salir a la calle con miedo. Todas en este país deberían salir a la calle vestidas como se les pegue la gana, mostrando o no las partes de su cuerpo tal cual les plazca. Y si alguien se atreviera a faltarles por la simple y sencilla razón de ser mujeres, el castigo debería ser ejemplar y público. No se trata de la ley del talión, se trata de volver a la sana costumbre del respeto, único estandarte donde puede izarse y ondear la bandera de la igualdad.

Sin embargo, aunque la rabia con que actuaron es comprensible, no es justificable; no porque lo destruido vaya a costarle a los contribuyentes, o porque se altere el apacible sueño del monumento independentista, no, sino porque el destrozo se convierte en el pretexto idóneo para perder el foco, para volverlo el tema principal y soslayar lo verdaderamente importante: que las mujeres en México están cansadas de morirse por ser mujeres.

Es como cuando, en el medio de una discusión de pareja, uno de los implicados comete un error de fecha o confunde la ubicación de unas vacaciones, inmediatamente la pifia es utilizada por el contrincante, digo por la otra parte, para desprestigiar lo dicho, por poner en tela de juicio la veracidad del argumento, pero que eso, para anular la validez del sentimiento.

Pero ya ha ocurrido, ¿qué hacemos ahora? Esforcémonos por no perder el foco, quitémonos el telefoto y no juguemos a estar en dos sitios a la vez, acerquémonos a escuchar lo que las mujeres a nuestro alrededor han sufrido en la calle, en la oficina en la casa y pongámonos firmemente de su lado, al cabo la justicia que ellas buscan nos liberará a todos.

Paso cebra

Me disculpo por la ausencia editorial de las últimas dos semanas; la fractura del pulgar derecho me obligó a suspender el aporreo del resto de las falangetas sobre el teclado por prescripción médica. Esta mañana el dedo duele menos y he vuelto la habilidad de darle a la barra espaciadora con el índice, manteniendo a “Pulgarnstein” preso en la cárcel de tus besos… no, no… perdón por el desliz musical… preso en la férula que lleva ya varios días agobiándome. Lo lamento, espero que no vuelva a ocurrir (ni otra fractura ni otra ausencia).

domingo, 11 de agosto de 2019

Un largo epitafio


Es la voz negra de la literatura norteamericana. Hablo de ella en presente, aunque ha dejado de respirar el lunes pasado. Toni Morrison tenía 88 años y murió en un íntimo suburbio de Nueva York en la rivera de un río donde alguna vez acuatizø un avion. Sus pulmones se dieron por vencidos ante la tozudez de una neumonía.

Luego de ser editora durante muchos años y forjar calladamente por las noches su primera novela, Toni Morrison dio rienda suelta a una de las carreras más contundentes de la literatura norteamericana del siglo XX, con su debut titulado "Ojos azules" en 1970. De inmediato se convirtió en la portavoz natural del punto de vista de la América negra con temas que le interesarían por siempre: la memoria de la esclavitud, los conflictos derivados de la segregación racial, así como el lenguaje la cultura y la  tradición afroamericana.

Toni se aventuró a mostrar sus letras en un momento donde no sólo era mal visto ser de "color" sino también ser mujer. Su primera novela cuenta la desgarradora historia de una chica negra, Pecola, obsesionada por tener los ojos azules, en un país donde su cuerpo, su imagen, no le agradaban a nadie. Su padre acaba por violarla para demostrarle, de la manera más brutal, que puede ser deseada y la deja embarazada. Al final Pecola caba siendo como un despojo en su propia cultura, loca, creyendo al final que realmente sí tiene esos ojos azules.

A partir de ahí, Morrison se dedicó a escribir los libros que nadie más escribió y a narrar las historias que por elección se procuraba ocultar, en el mejor de los casos, de manera inconsciente en una sociedad norteamericana que es profundamente  racista aún en el siglo XXI.

Sus personajes, en su mayoría, serían la perfecta alegoría para la búsqueda de un lugar en el mundo, revelando sin recelos las ambivalencias de una cultura que presume de libertad tejiendo a sus espaldas trampas ideológicas que señalan a quienes son diferentes para marginarlos. (Cuan lamentablemente actual suena esto contra lo que luchó la literatura de Toni Morrison.)

Después de sus dos siguientes libros, "Sula" (1973) y "La canción de Salomón" (1977), vendría "Beloved", considerada su obra maestra y que le hizo ganar el favor no solamente de los lectores sino también de la crítica. Tal vez fue esa vereda fue la que la llevó a recibir el Premio Nobel de Literatura en 1983, convirtiéndola en la primera mujer negra en recibirlo.
Alguna vez el New York Times dijo que Toni Morrison escribía "sin la mirada blanca". Ese es su legado.

Pero un transcurrir poco conocido en México de la obra de Toni Morrison en su poesía (poca, por desgracia), cargada de la magia y la cosmogonía de las comunidades afroamericanas en las que ella vivió de niña en Ohio y que se replicaban a lo largo y ancho de todo el territorio norteamericano.

Como homenaje a su memoria, comparto aquí mi versión de su poema "El equilibrio perfecto del grano":
El equilibrio perfecto del grano / Tiempo suficiente para derramar / El sabor de una mujer arrastrada por la lluvia. // Lenguas que hablan mieles / Abajo en casa los sueños / Apresurarse por orar fervientemente / Los labios de la noche se separan para callarse / Preguntas que son planteadas al amanecer. // El melón permite otra rebanada / Los dedos entienden / El éxtasis se convierte en todos nosotros / Las cerezas rojas se convierten en mermelada. // Un sueño juvenil profundo / El rastro de un silbido / Costas blancas en un aire verde. / Puertas abiertas de bienvenida / Cuando el adiós es un "hasta luego". // El equilibrio perfecto de grano / Tiempo suficiente para derramar/ El sabor de una mujer recordada en un tren.

Descanse en paz Toni Morrison.

viernes, 2 de agosto de 2019

Un año de asombro en este lugar

Hoy, quiero decir mañana 3 de agosto, esta columna cumple un año de publicarse en las páginas de esta diario. Su aparición, como todas las cosas que valen la pena, estuvo rodeada de afortunadas coincidencias y también de divertidos desencuentros.

A mediados de 2017 había dejado de escribir en otro diario de la ciudad de Pachuca. En aquellas páginas mi participación duro siete años exactos, así que la pausa resultó una excelente oportunidad para tomar vacaciones, al menos, de ese enfrentamiento que significa tener una fecha límite cada semana y que en ocasiones provoca en mi verdaderas horas de angustia por tener listo en ese momento un texto ya no digamos bueno, decente al menos. Sin embargo, al paso de algunos meses sentí la imperiosa necesidad de regresar a ese maravilloso desasosiego semanal.

Recordé entonces que algunos años antes durante el 2011 había tenido la oportunidad de escribir para el periódico que tiene usted entre las manos; tras una breve incursión que duró apenas unos meses, la aventura terminó más temprano que tarde debido a mi voluble inconstancia y el exceso de otros trabajos.

Entonces, decidí explorar la posibilidad de volver a estas páginas encontrándome una calurosa y merecida bienvenida por parte de Georgina Obregón, directora de este diario, quien inmediatamente me dijo que sí a través del mensajero de "feisbuc" y me proporcionø un número telefónico donde tenía que reportarme y enviar mi primera colaboración; entre líneas me decía "¡Ponte a escribir!", Lo sé porque la conozco hace casi 25 años.

Ahí comenzó un divertido acto de vodevil el cual fue azusado sobre todo por otro de mis ocultos (mejor dicho, oscuros) rasgos de personalidad: la timidez. Sin saber a ciencia cierta quién estaba del otro lado de ese número misterioso mi mesura, que trataba de ser cordial, terminó convirtiéndose en una tibieza fácil de soslayar, así que tardé algunos días establecer un contacto sólido para poder enviar mi primera colaboración durante la primera semana de julio. Para la semana siguiente mi distracción me llevó a establecer contacto por la vida original, el infame y molesto mensajero ese del " cara-libro". Sin obtener respuesta inmediata pensé que el primer texto, preparado a bote pronto, los había desalentado y me resigné, me enredé en la bandera nacional y me lancé por el balcón a la ignominia ( ¡Cuánto drama, caray!).

Al paso de un par de semanas, y recuperado ya de mi privada inmolación mediática, envié otro tímido mensaje con la esperanza que no me hubieran olvidado en el periódico. De nuevo, Georgina, la heroína de esta narración, me respondió y tras algunas palabras de afecto me mostró amablemente los canales correctos para enviar las colaboraciones sin que éstas se perdieran y quedaran flotando en la zona muerta del espectro digital.

Felizmente, cuando julio desfallecía, pude enviar mi segunda colaboración, que se convirtió en la primera de un hilo ininterrumpido al menos durante el último año, la cual apareció publicada el jueves 3 de agosto de 2018.

Es pertinente también agradecer a Mónica Hidalgo, la inteligente, cautivante y paciente editora qué semana con semana soporta con estoicismo mis mensajes para pedir unos minutos más para que mi columna no quede fuera de la edición del día siguiente. 

Gracias Georgina, gracias Mónica, gracias a los lectores y gracias a todos los involucrados en este último año de la convulsa felicidad qué implica el "Transeúnte solitario".

Sirva esta historia, quizá banal, para celebrar el primer año de hacer coincidir en un mismo lugar, está página de gran formato, el asombro con la curiosidad sobre temas literarios y culturales en general.